El otrora envidiable y envidiado país norteamericano está, en estos momentos, hecho unos zorros. La división es evidente. No es un país dado a las manifestaciones políticas, sin embargo desde que el pueblo estadounidense eligiera mayoritariamente a Donald Trump como su futuro presidente, en distintos estados, sobre todo los jóvenes, han salido a miles a tomar la calle gritando aquello de "Trump no es mi presidente". Mal que les pese, lo es. Me ha dado una envidia terrible cuando he visto cómo Clinton y el propio Obama han aceptado la derrota, felicitado al nuevo presidente, y han pedido la unidad del pueblo norteamericano que ha reído y llorado casi a partes iguales. Que nadie quería a Trump es incierto. En Estados Desunidos lo han hecho presidente.

A Trump se lo ha llamado y se lo sigue llamando de todo, menos guapo. "Ignorante, racista, patán, xenófobo, troglodita, demagogo, energúmeno, tipejo, misógino, fascista, machista, autoritario, indecente, cerdo?". En el hilo de los insultos se han ensartado "perlas" de todos los colores. Y no todas procedían de las mujeres, sus grandes enemigas. El líder de Podemos no se ha andado por las ramas haciendo suyas, entre otras, la consideración de "tipejo". Los políticos deben ser más cuidadosos en sus manifestaciones, acciones y omisiones. A Zapatero le costó caro aquel gesto de desprecio a la bandera EE UU.

Lo que no puede ni debe hacer Iglesias es acusar de "servilismo" a Rajoy por haber procedido a hacer lo que todo jefe de Estado, primer ministro, presidente o lo que sea, tiene que hacer, felicitar cortésmente, sin más, al ganador. Ese "servilismo" tiene que hacerlo extensivo a los regidores de todos los países, porque hasta su amigo, el cubano Raúl Castro se ha apresurado a hacerle llegar sus parabienes. Y eso que uno y otro están en las antípodas políticas.

Desde luego, Trump no era mi candidato. Me gustaba mucho el demócrata Berni Sanders y algunos candidatos republicanos que se quedaron en el camino. Pero eso es lo que ha habido y eso es lo que hay a día de hoy. Yo también he pronunciado muchos de los adjetivos que empleo más arriba dedicados al magnate estadounidense. Pero, ahora, sobre todo tras escuchar el moderado primer discurso del presidente electo, no es que me la envaine, pero de qué sirve seguir insultando si nadie sabe qué va a pasar cuando asiente sus posaderas en el despacho oval.

Lo mismo, se rodea de un equipo fantástico, abre un poco menos la boca, se modera y empieza a hacerlo bien inscribiendo su nombre entre los de los mejores presidentes de EE UU. Hay que contemplar cualquier posibilidad. O que monte la de Dios es Cristo y nos lleve a la tercera Guerra Mundial como manifiestan algunas estudiantes norteamericanas que se encuentran estudiando en España. Todo es posible con quien se ha mostrado durante la campaña como un auténtico energúmeno. Si la pifia, una vez en la Casa Blanca, es cuando habrá que atizarle con fuerza en el colodrillo porque, yo no sé a usted, pero a mí, tras atragantárseme el miércoles el cafelito del desayuno, su primer discurso me descolocó. ¿Hablo Donald y se calló Trump o fue al revés? Lo tiene francamente difícil porque es el 45 presidente norteamericano, sí, y el primero de los Estados Desunidos de América.