La sorpresa se ha hecho norma. La primera opción a barajar es lo imposible. En democracia, cuando te llaman a las cinco de la madrugada, es para anunciarte que ha ganado Trump. Los votantes indignados han tomado el mando de la nave. En la prosodia de PP y PSOE, los locos se han puesto al frente del manicomio. Populares y socialistas contemplan con estupor la ruina de su candidata de consenso, Hillary Clinton. Las juntas gestoras andan sobradas de razones, cuando decretan que es peligroso consultar a los militantes. Para qué quieres una votación, si puede conseguir una encuesta a medida. Estados Unidos vuelve a ser una sociedad igualitaria, porque ha ganado el candidato más pobre. Se ha enfrentado a un portaaviones tripulado por Bruce Springsteen, Madonna y Jennifer Lopez. PP y PSOE deben excavar el consuelo en sus tópicos habituales. Trump es preferible a unas terceras elecciones. Trump garantiza la gobernabilidad. El sarcasmo obvio de que cada país tiene el presidente que se merece no puede utilizarse contra Washington sin trazar un paralelismo con Madrid. Ni la victoria sobre un machista xenófobo hubiera otorgado un átomo de gloria a la Clinton aniquilada. No solo se debatía quién es el auténtico Trump, sino quién es el auténtico Clinton. Era Bill, porque Lady Macbeth operaba mejor desde las sombras. Obama también ha contribuido a que su epílogo se llame Trump. A buen seguro que el presidente de mudanza lamenta hoy no haber encarcelado a la docena de banqueros que condenaron a la quiebra a cientos de miles de ciudadanos blancos sin demasiada formación, que se han abrazado al empresario de casinos. Un estudio reciente había demostrado que la esperanza de vida en este nicho demográfico era el más bajo de Estados Unidos, con índices tercermundistas. Han aprovechado su último suspiro. Trump no es republicano ni demócrata, pero cada vez cuesta más utilizar el término "populista" como un insulto. De hecho, el triunfo del magnate que escatima en impuestos propina un zapatazo a los conservadores ortodoxos que lo habían desautorizado. Sin embargo, el constructor tuvo la intuición de parasitar a uno de los cascarones inservibles de la política estadounidense, incubando su asalto desde el elefante de Troya republicano. ¿Quién recomendó a Trump que bajo ninguna circunstancia se presentara como independiente? Bill Clinton, demostrando una vez más quién es el verdadero Clinton. Y sí, un fracaso sonado del periodismo, que se ha habituado a la actividad ociosa de predecir en lugar de practicar el deporte de riesgo de informar. Trump inaugura el imperio de la ignorancia, pero los culpables de su triunfo presumían de una sabiduría inamovible. Gil y Gil resucita en Estados Unidos, y lo colocan en la Casa Blanca. Si necesitan detectar el momento en que se registra la fractura entre votantes y políticos, pueden retroceder a 2005. Un Trump color de zanahoria se casaba con Melania, la mujer que convierte a Eslovenia en el único país del orbe no detestado por su marido. La boda congregó a importantes donantes electorales, con una pareja de excepción entre los invitados, Bill y Hillary Clinton. Una gran familia, con lo difícil que resulta unir a los Clinton sin amante interpuesta. La victoria de la candidata implicaba 28 años de mandatos presidenciales de las dinastías Bush y Clinton. Los votantes restauran la república. Abandonan la ley mosaica del bipartidismo para postrarse ante un fetiche sobredorado.