Esta pregunta se presta siempre a respuestas irónicas, pero se entiende, se debería entender, que ambos empleáis ese tiempo en cuestiones profesionales. Y ahí, cuando se entra a hablar en serio, resulta que la respuesta es evidente y desesperanzadora: el ingeniero inglés, o el americano, mientras tú estudias su idioma, se hace mejor ingeniero que tú.

La ventaja del idioma supone un impuesto que el resto de habitantes del mundo pagamos a los hablantes nativos de la lengua franca. Es un impuesto apenas perceptible pero que a la larga hace que se desplace hacia estos países una buena parte del talento, de la inversión y del capital destinado a la innovación. El hecho de que los trabajos científicos tengan que publicarse en esta lengua, por ejemplo, o que las personas que deciden qué trabajos se publican hablen esta lengua en concreto, es una ventaja más, o un impuesto encubierto hacia los hablantes nativos de otras lenguas.

Pero no vamos de plañideros. Las cosas son así, y el realismo se impone. Lo que nos tenemos que preguntar, en cambio, es a dónde llega nuestra necesidad de aprender inglés y hasta qué punto estamos dispuestos a ser colaboracionistas con este impuesto u oponernos a él, profundizando en otros aspectos de nuestra formación.

Si nuestro trabajo va a consistir fundamentalmente, o muy a menudo, en relaciones con otros países, entonces está claro que tendremos que plegarnos y aprender inglés, haciendo un esfuerzo extra o aceptando que nuestros pares anglosajones nos sacarán ventaja en otras facetas. Pero si, por contra, no vamos a dedicarnos al sector exterior y queremos orientar nuestra vida laboral a una actividad que no requiera esta lengua, es mucho mejor dejarse de complejos y, todas esas horas, emplearlas en algo que realmente nos sirva, nos mejore como profesionales o nos proporcione más satisfacción personal.

A lo mejor, en vez de aprender inglés, porque sí, por defecto y porque es lo que toca, nos vendría mejor aprender mecanografía, informática o dedicar esas horas a jugar al golf para socializar con compañeros y clientes. A lo mejor es más interesante saber hacer una buena paella, y seguir un curso de cocina, que aprender un idioma. A lo mejor es preferible saber pintar, saber electricidad, fontanería, contabilidad o cualquier otra cosa que se pueda aprender en las mil horas que lleva estudiar un idioma extranjero.

Es cuestión de tenerlo claro y dejarse de modas. Es cuestión de no pagar porque sí el impuesto al gringo.