Ha habido en España una alteración en el Gobierno, aunque han sido muy pocos los ministros que han sido "despedidos". De la marcha de alguno no se producirá llanto alguno, puesto que su marcha estaba no solo cantada, sino también reclamada insistentemente. De uno de ellos, el que ocupaba la cartera de Asuntos Exteriores, por lo menos algunas personas sí hemos recibido un impacto desagradable, ya que teníamos cifradas en su actuación ciertas esperanzas.

Personalmente, me agradaba mucho su actuación con el Reino Unido, sobre todo en lo que se refiere a Gibraltar. Había sabido aprovechar el momento favorable para plantear una actitud belicosa con el primer ministro de esa colonia. Tal vez mi esperanza se basara en que su posicionamiento era muy parecido al que yo abrigo y he expuesto más de una vez. Seguramente si se lleva a cabo la actitud que inició el señor García Margallo, tendría solución este problema al que no se le ha aplicado en siglos; y por eso está ahí para vergüenza de España y admiración del mundo entero.

La ocasión clarísima no se había presentado; hoy está a la vista de cualquiera que no sea ciego para tal asunto. Al decidir Gran Bretaña salir de la Unión Europea, queda ahí, al sur de España, una porción pequeñísima fuera de la misma. Siendo España parte de la Unión, podría (y debería) adoptar las medidas que aislaran por completo al Peñón. Ya se ha cerrado la verja más de una vez; pero en las actuales circunstancias, el cierre significaría que los habitantes de Gibraltar perderían la cantidad de ventajas que ahora tienen: ya no disfrutarían de las facilidades que ahora anulan su aislamiento; habrían dejado de pertenecer al Mercado Común, al mismo tiempo que perderían las ventajas de pertenecer a su vecina España. Su situación distaría enormemente de la situación que conservarían, por ser españolas, todas las plazas de su entorno; sería abismal la diferencia con Algeciras y la parte de la provincia de Cádiz que limita con Gibraltar. Ahora tienen una situación privilegiada, que es la envidia de esas mismas porciones de la región: tienen el innegable privilegio de adquirir, incluso viviendas, con las ventajas de ser extranjeros y las que pueden amparar a los nacionales de España.

El señor García Margallo ha querido tratar con el Reino Unido un asunto tan importante, aunque sea imperfecto, como es la cosoberanía con Inglaterra sobre Gibraltar. En esas circunstancias que se establecieron no hace mucho entre los dos gobiernos, los ingleses quieren que, en eso también, se admita como los terceros en cuestión a los habitantes del Peñón. Y esos señores, por la cuenta que les tiene -en el caso de aislamiento- preferirían ser españoles a ser una colonia alejada de la metrópoli, teniendo al lado la plena ciudadanía que disfrutan los andaluces.

Seguramente de haber seguido en el Ministerio el señor García Margallo, forzaría la situación para que se diera el aislamiento y el referéndum en el que los gibraltareños estudiarían la situación y decidirían lo que, indudablemente, les conviene: ser una ciudad española, con las ventajas de que gozan sus vecinos que, además de la pertenencia a la nación, disfrutan de la lejanía con relación al dominio del Gobierno Central. El pueblo alude a esta última circunstancia cuando dice: "la peste y el superior, cuanto más lejos, mejor" o "del superior y del mulo, cuanto más lejos más seguro".

A un particular, como yo, este asunto de Gibraltar no le interesa más que en el sentido de la integridad del territorio. Duele que España tenga un piquito al sur que no le pertenece; que sea una colonia, precisamente la única que queda por aquí. Y así ha sido en el pasado. Pero ahora está involucrado un problema económico, desde el momento en que Gibraltar sirve de vehículo para tráficos ilegales de mercancías peligrosas, además del contrabando que supone entrada de sustancias permitidas sin abono de los derechos de aduana.

¡Ojalá este cambio de persona que ocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores no signifique más que un cambio de nombre, en lo que se refiere al asunto de Gibraltar!