Aunque lo más seguro es que sea inútil, a la postre, y que Trump muera políticamente tras haber nadado hasta la orilla misma, el próximo martes, las cosas a tan pocos días, en la recta final, ya no están tan claras como parecían estarlo hace bien poco tiempo. No es que se dude mucho de que la señora Clinton acabe siendo la primera mujer que preside Estados Unidos, pero los últimos acontecimientos conocidos están cambiando el giro de las encuestas, no todas desde luego, abriendo nuevas perspectivas respecto al candidato republicano, si bien todas ellas lastradas por evidente escaso interés y entusiasmo, exactamente igual que ocurre con los votantes demócratas, que aceptan a Clinton como el mal menor, pero sin la menor ilusión. Algo así como lo ocurrido en España con el PP de Rajoy.

Pero lo cierto es que en algunos sondeos, Trump ha dado la vuelta a los resultados y figura como ganador, pese a las campañas en su contra, que no cesan. Tras el escándalo del vídeo con sus opiniones machistas sobre las mujeres, han salido también a relucir irregularidades fiscales en sus empresas, algo que los norteamericanos no perdonan. Aun así, no solo sigue hacia delante sino que en algunos estados adelanta en intención de voto a su contrincante. Pese a contar con el rechazo, mayoritario pero no general, de la población hispana, y la tradicional postura contraria de los negros, el magnate conservador y caótico ha sabido ganarse a amplias capas sociales, y muy en especial a las clases medias, a través de un populismo realista y bien dirigido pues ha sido ese ancho sector de la población el más castigado por la crisis, lo mismo que ha ocurrido en España sin ir más lejos. No solo por cuestiones económicas que se ofrece a replantear sino porque se muestra como el adalid de la Norteamérica mas tradicional y profunda de cuyos valores: la religión, la familia, la moral, se declara firme valedor ante la tendencia de destrucción de los principios que las nuevas corrientes de progresía liberal, impulsadas desde la oscuridad de la izquierda radical están extendiendo a marchas forzadas por el mundo.

A ello se enfrenta Clinton, que sabe que no acaba de gustar, y que será votada como la opción menos mala ante los desmedidos gestos y alardes que no inspiran confianza de su contrincante, que se muestra ante ella como un energúmeno cuando se refiere al escándalo de los emails sobre los que vuelve a investigar la policía federal. O sobre los debates mantenidos, en los que parece haber sido demostrado que la candidata demócrata había sido favorecida con el filtrado subrepticio de los asuntos que se iban a tratar. Trampas y juego sucio que ha habido por las dos partes, pero su descubrimiento puede perjudicar más a Clinton, que teme sobre todo una postura de abstencionismo por parte de su electorado, no muy convencido, pese al apoyo de Obama. El desgaste del Partido Demócrata en los años pasados y la situación general del país, con más pobres que nunca y sin que se hayan resuelto del todo las grandes carencias, como la sanidad pública, puede ser un lastre de peso y un factor de cambio. Claro que lo que se ofrece como alternativa, Donald Trump, parece que causa más miedo todavía.