Cuando tras las elecciones generales de diciembre del pasado año, Podemos votó en contra de la investidura de Pedro Sánchez que solo contaba con el apoyo de Ciudadanos, lo que llevaría a la repetición de los comicios, fue cuando comenzó a fraguarse el cisma en el partido de Pablo Iglesias, algunos de cuyos dirigentes y muchas de sus plurales bases no estuvieron de acuerdo con la decisión tomada pues pensaban que la abstención hubiese sido la solución más lógica, práctica y eficaz. Los resultados de las posteriores elecciones de junio, con Podemos perdiendo un millón de votantes, así parecían demostrarlo, consumando a la postre la falta de realismo en sus percepciones de las dos nuevas opciones, la de Iglesias y la de Rivera, pese a los favorables pronósticos aventurados por erradas encuestas.

En cuanto a Podemos, se empezaron a hacer evidentes sus primeros encontronazos internos, con relevos en los cargos y ya dos posturas muy definidas, la radical de su líder y candidato, olvidado de la socialdemocracia en algún momento pregonada y engastado con otros grupos minoritarios, comunistas, antisistema y anticapitalistas sobre todo, y la más comedida y pragmática de quien sigue siendo su numero dos: Íñigo Errejón, partidario desde el primer momento de haber hecho posible un Gobierno de cambio con la abstención de Podemos. Las disensiones nunca han cesado, agudizadas tras el 26J, que dejó a los de Iglesias, aliados con la moribunda IU, lejos del adelantamiento al PSOE y sin ninguna perspectiva real de poder. Lo equivocado de su actitud en el fondo y en la forma parecen haber puesto techo a sus posibilidades y haber extremado sus posiciones. Ahora, Iglesias preconiza la vuelta a la calle como escenario político, pero sin querer dejar de ser protagonistas en el Congreso, más por los "shows" que montan que por su trabajo parlamentario, mientras las palabras de Sánchez sobre su deseo de trabajar codo con codo con Podemos para recuperar la secretaría general en el PSOE y mantenerse como alternativa de cambio para desalojar al PP le hacen cobrar nuevos ánimos de futuro. Unas declaraciones de doble filo, las de Sánchez, pues su apuesta por el pacto con Iglesias, por un lado llega muy tarde, pues bien pudo hacerlo antes, en su investidura, y no lo hizo, y por otro no todos los socialistas de izquierda comulgan con Podemos, ni mucho menos. Al lado de Iglesia, juntos pero no revueltos, Errejón se mantiene en una actitud más discreta, y sin hurtar el bulto procura huir de protagonismos.

Una situación de enfrentamiento que se escenifica crudamente con los preparativos para las elecciones primarias de la Federación de Madrid, la más potente y numerosa de Podemos, y donde los seguidores de Errejón llevan su propia candidatura frente a la de Iglesias que, al no estar seguro de la victoria deseada, ha establecido alianzas con los colectivos más radicales, que han exigido una presencia destacada en la lista y que de ganar puede exasperar aun más la política que enarbolará Iglesias a partir de ahora. Pero a falta de tan solo unos días para esas elecciones internas, parece que los moderados pueden imponerse, lo que sería bueno incluso para todos, empezando por ellos mismos.