Ha sido el parto de los montes, con tanto tiempo y tanto esfuerzo y tanto hastío para parir un ratón, un Gobierno en minoría, débil, con toda la oposición en contra, salvo los escuderos de Ciudadanos, lo que parece garantizar una fecha de caducidad, moción de censura por medio, antes del fin de la legislatura, a no ser que el PP consiga alguna clase de pacto, a cambio de concesiones, con los nacionalistas vascos del PNV. Es lo que tiene forzar las cosas.

En la segunda y definitiva jornada de la investidura, Rajoy logró el visto bueno del PSOE para seguir en La Moncloa. Pero tampoco esta vez fue el auténtico protagonista, pues si en la sesión anterior Iglesias, el de Podemos, se erigió por méritos o deméritos propios en jefe de la oposición enfrentada al candidato conservador, en esta ocasión fue Sánchez, el derrocado líder socialista, quien concentró todo el interés horas antes, cuando renunciaba en público a su escaño de diputado y se declaraba dispuesto a competir cuando llegue el momento por volver a la secretaría general del partido. Un gesto muy poco frecuente en España, donde el que se va o le echan acaba en el grupo mixto, sin renunciar al jugoso salario que los parlamentarios perciben. Sánchez, al margen de que como posible presidente de Gobierno era una incógnita, ha demostrado sobradamente ser persona de palabra, de principios, manteniendo una coherencia total en sus actitudes y en el no a Rajoy, algo que han mantenido 15 diputados del PSOE, no obedeciendo las ordenes recibidas y votando en conciencia. No han querido traicionar a sus electores, al contrario que han hecho la mayoría de sus compañeros de bancada. En Castilla y León, donde parece que todos eran partidarios de Sánchez, solo una diputada, de Palencia, no se ha abstenido. Cada cual es cada cual y el euro es el euro, pero el electorado tomará nota.

Antes de la prevista votación, el portavoz del PSOE en el Congreso, Antonio Hernando, negó a Rajoy cualquier posibilidad de colaboración, asegurando que el PP siempre tendría enfrente a los socialistas, con lo cual lavaba un poco el patético papelón de la sesión anterior. Los de Podemos fueron de nuevo a por los del PSOE, duramente, en lo que les acompañaría luego el tal Rufián, el de Ezquerra Republicana, pasándose en sus descalificaciones. Las broncas han sido una constante de la investidura, y pueden ser la tónica a partir de ahora. No se libra ni el PP, que ofrece y pide diálogo y entendimiento, pero su portavoz ha sido pródigo en anatemas contra Podemos.

Es lo que hay. Afuera, más de 5.000 personas rodeaban el Congreso, aludiendo a un Gobierno ilegítimo, lo que es falso, pues se trata de un Ejecutivo en minoría pero de cuya legitimidad no cabe dudar. Hubo insultos contra los de C´s pero no pasó de ahí. Mientras, Rajoy, que ya ha anunciado que no cambiará ninguna de sus leyes, era aplaudido por los suyos y por los de Rivera, claro, y se retiraba del hemiciclo ya como presidente. En el PP aseguran que el jueves se dará a conocer el nuevo Ejecutivo, una vez jurado el cargo ante el rey. Se acabó estar en funciones. Ahora hay que funcionar.