Entre las joyas arquitectónicas representativas del arte románico en Zamora debe contarse en primer término la iglesia de Santa María Magdalena, reconocida por cuantos expertos la han visto como uno de los más hermosos monumentos del estilo románico bizantino que nos ha legado la antigüedad entre los muchos que posee Zamora.

El ábside semicircular alcanza una mayor elegancia entre los de su género por su altura y mayores proporciones, los rosetones de complicados dibujos, con luces más abundantes y los múltiples arcos de la portada le dan un porte de gusto refinado.

La iglesia es de una sola nave, alta y espaciosa, con techos de madera, aunque se advierten indicios de que estuvo cubierta con bóveda que sería probablemente de las llamadas de medio cañón. La que cubre el ábside semicircular de la capilla mayor tiene, sin embargo, aristones o nervios que, arrancando de delgadas columnas, embutidos en el muro y enlazados por bandas horizontales, se reúnen en el centro bajo una piña que les sirve de broche.

En el frontis de este arco hay una inscripción con caracteres góticos, alusiva al patronato que de esta capilla tenían los señores de Gema; y de lo alto de las pilastras, como de los capiteles de las esbeltas columnas en que se apoya el majestuoso arco de triunfo, ligeramente apuntado, se ven pendientes los escudos de armas y blasones de la noble familia de los Acuña.

Los muros del templo, a pesar de su considerable espesor, están reforzados por contrafuertes, tan gruesos que el de la izquierda, inmediato a la puerta de entrada, da cabida a un nicho para sepulcro, viéndose antiguos otros tres en forma de arcos ojivos.

La torre, que se alza al pie del templo, es cuadrada y gruesa como de una fortaleza, rematando en una espadaña con la Cruz de San Juan de Jerusalén en la cúspide a cuya Orden corresponde como procedente de los Templarios.

En el interior de la iglesia llama la atención un sepulcro, que se encuentra como a la mitad de la nave, apoyado en el muro de la izquierda, con techumbre de raros adornos, sostenida por columnas no menos extrañas, cuyo sepulcro se erigió en la primera mitad del siglo XVI. La estatua yacente que aparece en el sepulcro parece representar a don Juan Vázquez de Acuña, marido de la fundadora María de la Cerda.