Pues sí, los arrabales también cuentan en la estima que podemos guardar de esta ciudad. A pesar de que el pasado les haya pasado factura y el balance de ganancias frente al conjunto de la ciudad haya sido realmente escaso. Los arrabales fueron los sucesores de los vecindarios que se crearon al pie de las murallas, llamadas "pueblas" y morada de aquellas personas con los oficios considerados más modestos, como los ceramistas que hacían bandejas, cántaros o botijos en el barrio de Olivares. Todavía en mi niñez bajábamos por la calle Balborraz en busca de algún taller para reparar cosas tan dispares como un ama de cría arreglar unos pantalones heredados o poner las mediasuelas de unos zapatos. Yo me quedaba mirando las fotos fijadas en la pared del taller con los personajes del momento y que estaban entonces en candelero: Belmonte el torero, el ciclista Barrendero o Farina el cantaor. También me parecía sorprendente el fulgor de las chispas que salían de la fragua del taller de un herrero, que golpeaba con el yunque el perfil de acero; eran los resquicios de la escasa industria presente en la ciudad. Aparte de estas visitas episódicas a los arrabales, recuerdo las visitas con mi abuela a la iglesia de Santa Lucía y sus trisagios de las Candelas en el mes de octubre. Eso era todo lo que tenía algo de relación con el barrio en mi niñez. Los chicos de la clase media vivíamos pegados a nuestro entorno, que era el que correspondía a una ciudad de provincias con un comercio que ofrecía toda clase de artículos y nuevas formas de consumo, tales como cervecerías, cafeterías y cines.

Hay un episodio importante que me da ocasión a tener una mayor relación con el barrio, cuando iniciaba estudios en la Universidad. Y es que asistí a unas clases de dibujo que daban en los locales de Educación y Descanso en la calle Santa Clara; los profesores eran Chema Castilviejo y Daniel Bedate, los alumnos eran aspirantes a Bellas Artes que, generalmente, se ganaban la vida en diferentes oficios y profesiones. Había un ambiente muy bueno y con un trato de confianza de aquella época, son los artistas que se han consagrado posteriormente como figuras reconocidas de la ciudad. Los sábados bajábamos al barrio, nos dábamos una vuelta por el billar romano y quedábamos a cenar en una taberna con mesas corridas, que regentaba la mujer de un "rojo" que estaba en la cárcel, condenado a perpetuidad. Esta época, breve para mí porque me tenía que examinar en Madrid, me sirvió para conectar con un sector de la ciudad que hasta entonces solo existía como otra galaxia, con alumnos que se ganaban la vida desempeñando oficios tales como dependientes de comercio, escayolistas, fontaneros, pintores, guardas urbanos y así más gentes, compañeros con los que tuve un trato cercano incluso de relaciones de verdadera amistad. Es una época de mi vida que se hizo más plena posteriormente, a través de un excepcional intérprete en la poesía de Claudio, en que personas y calles del barrio las hizo revivir para siempre.

Y así sigue este barrio, soportando con toda dignidad las cosas que ha recibido, algunas buenas como el Museo Provincial o un moderno hotel de elevada categoría. Pero posee cualidades ocultas que habría que hacer valer. En primer lugar los caracteres de su arquitectura, muy diferentes de los de la ciudad amurallada. Tiene unas condiciones de uniformidad expresiva. Es la propia de una cultura popular y que, en algunos casos, como en la plaza de Santa Lucía, forma un conjunto armónico que puede mostrarse como ejemplo del urbanismo de la ciudad. Una demostración que puede servir para el desarrollo de pautas a seguir en las actuaciones futuras en rehabilitación integral de estos arrabales. Frente a la mezcla de estilos que han irrumpido en los espacios de la moderna ciudad, aquí no se puede permitir el libre uso de elementos compositivos, cosa que ya ha sucedido en algún caso en que, para exhibir mayores ínfulas de sus propietarios, se ha caído en detalles de dudoso gusto.