Pasó lo que se sabía que iba a pasar, pues no podía ser de otro modo después del golpe de mano que defenestró a Sánchez por mantenerse en el "no es no" y negarse a apoyar a Rajoy de ninguna de las maneras. El Comité Federal, tras algunos debates -en los que llevaron la voz cantante quienes predicaban el rechazo a abstenerse para otorgar el Gobierno al PP- llevó a votación dos resoluciones, una con el no a la abstención y otra con la abstención, en segunda votación y sin siquiera poner condiciones a su sumiso rendimiento. Y ganaron, claro, los de la abstención, con notable diferencia, además: 139 contra 96, lo que demuestra, en efecto, que todo estaba atado y bien atado.

Vía libre definitivamente, con la izquierda por el carril de la derecha, para un PP que volverá a hacerse cargo del Gobierno de la nación pese al patente fracaso del mandato anterior, que tan caro ha costado y seguirá costando a los españoles. La única razón de la resistencia de Rajoy, aparte de intuir la debilidad y desunión de sus adversarios, ha sido el hacer valer, en teoría, que era su partido el que había ganado los comicios tanto en diciembre como en junio. Algo contra lo que se no podía argumentar pero que a efectos prácticos no era otra cosa que una victoria mínima e insuficiente que apenas si significaba una media de un 30 por ciento de apoyos frente a un 70 por ciento de votos que optaban por otros candidatos. Un muy pobre bagaje que puso al PP contra las cuerdas en todo momento y que se traducirá ahora en un Ejecutivo débil, en la cuerda floja y con fecha de caducidad cercana.

Para el PP, no obstante, significa un éxito, aunque saben de sus condicionamientos, dado que ni siquiera la más que posible alianza con Ciudadanos garantiza que el país no pueda ser gobernado desde el Congreso, salvo lo que pueda resolverse a base de decreto-ley, que no es todo. Rivera tragará, como ha tragado en todo, hasta el punto de que ya se habla de ofrecer a los del centro, o lo que sea, algunos cargos de medio pelo. Y luego, siempre le queda a Rajoy la esperanza de que la oposición del PSOE, roto y descabezado -Borrell podría ser una buena solución de futuro- se ejerza sin fuerza ni convicción tras el destrozo sufrido, y desde luego sin entenderse con los radicales y comunistas de Podemos. Pero por más que Iglesias insista en que tras la derechización del PSOE su partido pasa a liderar los grupos opositores, los socialistas, pese al hundimiento, tienen más escaños y mucho más peso específico que ese aluvión de extrema izquierda, lo que avala y legitima el sostenimiento de un liderazgo bien ganado.

Lo peor de todo, tal vez, es que el PSOE, dividido, hecho unos zorros, mangoneado por inquietantes intrigantes que no han dudado, movidos por intereses espurios -no por el bien de España- en entronizar al PP, ha dejado de ser, en todo caso, una alternativa real de gobierno, como lo fue siempre. Dejan el camino expedito y sin rival a la derecha, con o sin Rajoy, por mucho tiempo, pues mucho tiempo va a costar levantar un partido que ha sido poderoso y que no es hoy más que un juguete roto y en fricción constante y chirriante. Y ni Podemos ni C´s son alternativas que valgan. Consumatum est.