Tras el motín del PSOE del que salió derrocado su secretario general, Pedro Sánchez, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ya había anunciado que a partir de entonces la política habría que hacerla de nuevo en la calle, además de en las instituciones. No se comprende, porque en el Congreso el PP va a gobernar en minoría, aunque pueda ser suficiente en ocasiones, y aunque al final cuente con Rivera y los suyos pues si en Ciudadanos aseguran que no formarán parte del Ejecutivo seguramente quieren afirmar lo contrario, como es habitual en este partido.

El caso es que Podemos ha vuelto a los orígenes, y se les acusa por parte del PSOE, de estar detrás del número que le montaron el otro día en Madrid al expresidente del Gobierno Felipe González cuando se disponía a dar una conferencias en la Universidad, en unión de Cebrián, el de Prisa. Lo niega Iglesias, pero algunos de los insultos y descalificaciones que un par de centenares de jóvenes con el rostro tapado profirieron contra el antiguo líder socialista recordaban inequívocamente a otros de la genuina cosecha de Podemos, donde entienden que lo sucedido entra dentro de la libertad de expresión y es algo normal en democracia. Todo un mito político, González, convertido en una especie de juguete roto que exhorta a sus correligionarios a apoyar al contrario. Como si Aznar hubiese salido a la palestra en febrero a pedir al PP que se abstuviese para que PSOE y Ciudadanos pudiesen gobernar. Mal, muy mal, está sentando la actitud de González entre los suyos y ahí está como anécdota esa sede socialista levantina que ha colocado boca abajo el retrato del expresidente.

Fue una jornada ajetreada porque tras el escrache, y esta vez sin disimulo alguno ni a través de personas intermedias, los de Podemos estuvieron frente al CIE donde los inmigrantes se habían amotinado horas antes, en solidaridad con los sin papeles. Es de esperar, pues, que a partir de ahora se erijan en protagonistas de espectáculos semejantes. Sufren la penitencia de su arrogancia e inmadurez, pues Iglesias tuvo hace unos meses la oportunidad de abstenerse y dar paso a un Gobierno de cambio con Sánchez y no lo hizo, en contra de la opinión de algunos sectores del partido. Ha sido una decepción y una lástima lo de Podemos, que nació con muchas expectativas, interesando a la gente, conectando con ella, aportando aires de renovación, pero que derivó pronto hacia el extremismo de izquierdas, acogiendo a grupos, colectivos y mareas radicales y aunados por rancias y trasnochadas ideologías fracasadas, con una falta absoluta de realismo del país en que viven.

Lo que no se puede hacer, además, aunque ya lo hayan hecho más de una vez, es llevar esa política de la calle a las instituciones, como hicieron al llevar panfletos sobre la inmigración al pleno del Congreso. La presidenta, Ana Pastor, reprobó su actitud y ello mereció el aplauso de los diputados del PP a los que se unieron los de Ciudadanos. Iglesias, entonces, estuvo fino y pidió irónicamente a los del PSOE que aplaudiesen también. Pero nada de eso basta.