Ya llegó el otoñó con su humedad y los cielos encapotados y grises. El campo se viste de verde y los árboles de la ciudad se quedan desnudos bajo la tormenta. A pesar del paraguas y de los largos paseos bajo la lluvia templada, no parece momento para la melancolía y la dilación, no es tiempo de espera. Mientras el PSOE se debate entre abstenerse o provocar nuevas elecciones, la inestabilidad política empieza a mostrar alarmantes signos de degradación. Hace unos días la violencia antisistema se cebaba en dos miembros de la Guardia Civil, que paseaban con sus novias por un pueblo de Navarra, al ser linchados por unos violentos que los reconocieron como miembros de la Benemérita. Unos días antes, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anunciaba que no se quedarían parados ante el auto del Tribunal Supremo que imputaba al exconsejero de la Presidencia, Francesc Homs, por desobediencia, prevaricación y malversación, y amenazaba con la rebelión civil. Poco después, un concejal del Ayuntamiento de Badalona rompía ante las cámaras el auto del juez que ordenaba cerrar el Ayuntamiento el día de la Fiesta Nacional. Aseguró que "era un gesto de responsabilidad política", y Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos, avaló el desacato con el inquietante argumento de que algunos avances democráticos se logran "incumpliendo las leyes". Este miércoles, unos encapuchados impedían al grito de "fuera fascistas de la universidad", "fuera asesinos", que Felipe González y Juan Luis Cebrián impartieran una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid sobre "La sociedad civil y el cambio global". Hace veintitrés años los estudiantes también abuchearon a Felipe González, siendo presidente de Gobierno, por la corrupción de Filesa, pero lo hicieron a cara descubierta y escucharon sus disculpas. Hoy los discrepantes ocultan su cara tras máscaras y capuchas, le injurian, usan la violencia para amedrentarlo y le impiden hablar. Incitación al odio y a la violencia que al líder de Podemos le parece muestra de "salud democrática". Si esta es la regeneración que anuncian, mejor nos quedamos con la regresión.

Una manifestación del pesimismo es rechazar la realidad cuando es adversa. El pesimista nunca ve el aspecto positivo que cualquier situación, incluso la más sangrante o desoladora, presenta. Enfoscado en su abrigo de espinas dice que todas las alternativas son malas. Siempre verá el vaso medio vacío, nunca medio lleno, y esto le impedirá disfrutar de su contenido. William James, el padre del Pragmatismo, decía que "el pesimismo conduce a la debilidad y el optimismo al poder". Muchos socialistas de buen corazón creen que, puesto que no pueden gobernar, su fortaleza vendrá de impedir hoy el gobierno en minoría de la derecha, aunque sea a costa de promover mañana su gobierno en mayoría.

Nadie duda de que el PSOE es esencial para la estabilidad política y la gobernabilidad, como también lo es para promover la regeneración que nuestra democracia requiere. Sin su apoyo, difícilmente se aprobarían las leyes que combatan la corrupción, regeneren nuestro sistema político, redistribuyan la riqueza y limiten los privilegios de los gobernantes. Javier Fernández, el presidente de la Gestora socialista, ha alertado a sus compañeros de los riesgos de repetir elecciones. "Estamos en el territorio del mal menor. Ninguna opción es buena", ha dicho afligido, como si tuviera que pedir perdón, cuando liderar la oposición no solo no es labor deleznable, sino en este momento la ocasión de dar credibilidad a su alternativa.

Fernández sabe que una mayoría de los miembros del comité federal -que mañana domingo decidirá la posición del PSOE respecto a la gobernabilidad del país-, piensa que unas nuevas elecciones serían perjudiciales para España y suicidas para su partido. Pero no ignora que muchos militantes de base, y no pocos cargos electos, llevan grabado en su alma el odio sectario contra el PP, espoleado en los últimos tiempos por la simpleza del dimitido secretario general y su incapacidad para conjugar la ética de la responsabilidad y la de los principios. Tal vez por esto explique como mal menor una decisión que levanta urticaria y anuncia desacatos en algunas federaciones. Sin embargo, dados los acontecimientos que se están sucediendo, no debería olvidar que una progresiva mayoría de electores empieza a ver como bien mayor la estabilidad que pueda aportar un gobierno del PP, a pesar de la masiva corrupción que lo gangrena y de su resistencia a emprender las reformas necesarias para regenerar nuestra agotada democracia. A tenor de las declaraciones previas al cónclave socialista, no serán pocos los miembros del comité federal y del grupo parlamentario que tendrán que aprender a conciliar, como decía Max Weber, "la pasión ardiente y el frío sentido de la distancia".