Castilla y León es la quinta comunidad de España en porcentaje de abandono de la educación, una estadística que recoge esa variable en la población de entre 18 y 24 años. Un dato que nos sitúa 4 puntos por debajo de la media nacional (20 por ciento). Pero, lejos de la autocomplacencia, debe ser un indicador que sirva para espolearnos, apostando, por ejemplo, por la Formación Profesional dual. Este sistema educativo ocupa páginas en los medios británicos y alemanes, pero, lamentablemente, pasa de puntillas en España, donde la política encapsulada que preconizan las formaciones eclipsa el verdadero debate social.

No se trata tampoco de ningunear el complejo e inquietante escenario político de España, sino de tomar el pulso a esa otra realidad, la que afecta cada día al ciudadano de a pie. Porque escuchamos de manera generalizada que la base de una sociedad de progreso se basa en la educación -y así es de manera indefectible- y, sin embargo, con la educación se hace política de partido y no se profundiza en el modelo que exige una sociedad moderna y competitiva.

Resulta obvio que un título universitario no es sinónimo de felicidad, ni mucho menos. Sobre todo cuando hay otras opciones profesionales tanto o más dignas. De ahí que el sistema educativo de formación profesional dual por el que ahora transita Castilla y León requiere toda nuestra atención. Y la merece porque es la vía por la que, por un lado, se logrará estrechar ese margen de fracaso entre nuestros jóvenes y, por otro, permitirá conectar de forma eficiente el ámbito académico y el mundo empresarial. Creo que habría que avanzar mucho aún en este terreno. Para empezar no estaría de más dotar a este sistema de mayor prestigio, promocionándolo en todos los frentes posibles dentro y fuera del circuito académico, e involucrando al tejido empresarial para que la parte práctica discurra en paralelo a la teórica desde los inicios. Son solo dos aspectos de otros muchos a abordar desde el diálogo y la voluntad de todas las partes.