Si escribo que a la dama de hierro alemana se le han caído las "höschen" al suelo durante una rueda de prensa con el presidente de Nigeria, no faltará quien me acuse automáticamente de machista, dado que no estoy describiendo un hecho sino utilizando una expresión que, posiblemente no sin razón, se pueda tildar de sexista. Mi falta, no obstante, será más perdonable al hablar de Angela Merkel que si dijera lo mismo, pongamos un ejemplo, de la alcaldesa de Madrid y me refiriera en español a esa parte de la ropa interior femenina que en alemán se denomina de aquella manera.

Han pasado ya semanas desde que conocimos la menos sutil que impactante fantasía de Pablo Iglesias con respecto de las posaderas de Mariló Montero. Por fortuna para la libertad de pensamiento y de expresión, así como para la preservación del sentido del humor y el respeto a la inteligencia, no hemos visto correr ríos de tinta pidiendo el exilio, la cárcel o la ejecución televisada del líder de Podemos. Ni han surgido mesnadas de defensores de la dignidad femenina encarnada por la periodista ni se le ha colgado al de Podemos el sambenito de machista rancio. Quién sabe qué hubiera ocurrido si la misma fantasía hubiera trascendido de Rajoy o de Rivera.

El nigeriano presidente Muhammadu Buhari no fue mucho más sutil cuando ante la pregunta de un periodista sobre unas críticas públicas de su actual esposa criticando la labor del gobernante, contestó "no sé exactamente a qué partido pertenece mi mujer. En realidad su lugar es mi cocina, mi comedor y el resto de habitaciones de mi casa". El sucedido no pasa para la mayoría de ser una de esas anécdotas como las que los europeos de la época comentaban sobre las costumbres y tradiciones de los pueblos y tribus del África colonial. Pero siempre puede quedar a otros la duda de si las mismas palabras, en lugar de por un presidente musulmán hubieran sido proferidas por el primer ministro de Israel, judío (ultraortodoxo, llevaría indefectiblemente aparejado) por lo tanto.

Las convenciones sociales dominantes en cada momento no necesitan estar escritas en ningún libro para tener alcance universal. He ahí que a Bob Dylan le otorguen, por razones difícilmente relacionadas con esa materia, el Nobel de Literatura que, solo por no ser marcadamente de izquierdas, le fue sistemáticamente negado en el pasado a Borges y a otros en el presente. He ahí que a Obama le concedieran el Nobel de la Paz lo suficientemente pronto en su mandato como para que no tuviera tiempo de llegar a ser peor que Bush y ya fuera imposible otorgárselo, como ha dicho a través de Amnistía Internacional el nada sospechoso Oliver Stone. He ahí que al presidente de Colombia se lo otorguen solo una semana después de que sus ciudadanos digan en las urnas que no es de paz justa el plan pactado con el narco-terrorismo de las FARC.