Fruto de una espiritualidad de los puños y del esfuerzo y no la que procede de la gracia, nos encontramos con generaciones de fieles que solo rezan cuando tienen problemas. Esta es la realidad: acudir a Dios cuando le necesito, porque cuando las cosas me van bien me creo que soy el centro del mundo.

La parábola del juez y la viuda del evangelio de hoy trata de desmontar esta mentalidad. Dios no es alguien que está "ahí afuera" y "ahí arriba" manejando los acontecimientos de este mundo. Desde ahí se puede entender la oración clásica de petición un tanto egoísta, puesto que su intención es la de "utilizar a Dios", "servirse" de él más que de servirle. ¿Por qué tengo que recurrir a Él? Tendríamos que llegar a la convicción del teólogo Bonhoeffer, que afirmaba: "nos sentimos llamados a vivir ante Dios pero "sin dios", es decir, sin poder echar mano de Dios; el Dios verdadero quiere que seamos adultos, que asumamos nuestra responsabilidad".

Pero entonces, surge la pregunta: ¿la insistencia de la viuda ante el juez merece la pena?, ¿qué sentido tiene que recemos y recemos? ¿Dios hará justicia y nos concederá lo que le pedimos?

En la Biblia "hacer justicia" es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia tal como la entendemos los humanos.

La oración no solo la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí. No caigas en la tentación de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. Fíate de El, se paciente y pon tu vida en sus manos. Es la mejor oración