Amenazan con acabar con la naturaleza, y por extensión con todos nosotros, ya que la naturaleza es necesaria para que exista la vida, y nosotros formamos parte de ella.

"Cuando un monte se quema, algo suyo se quema? señor conde" era un dicho que subrayaba el latifundismo imperante en España en una determinada época, aunque lo cierto es que, las más de las veces, al conocido dicho le viene a sobrar lo del "señor conde", porque el monte es un poco de todos. De ahí que quienes incendian los montes o los bosques sean nuestros enemigos, porque son terroristas medioambientales, exterminadores de la naturaleza y, por extensión, asesinos de todos nosotros, que deberían ser juzgados con rigor y castigados en proporción a sus desmanes.

En esa línea de tropelías pirómanas, protagonizadas por tan perversos personajes, militan individuos refractarios al sentido común y al respeto a sus semejantes. Algunos, ni siquiera odian la naturaleza, sino que se sirven de ella, utilizando sus fechorías en beneficio propio. Quemar masas forestales a veces beneficia a los especuladores que tiempo después ven cómo son recalificadas permitiéndoles levantar sobre sus cenizas lujosas o menos lujosas urbanizaciones. Los depredadores, forman parte de ese grupo que, desde hace varias décadas, prolifera como setas a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía: son los que aparecen en los medios de comunicación como ejemplos de haberse hecho ricos en un pispás con el único mérito de haber llenado de cemento un sinfín de masacrados paisajes. Otros perfiles que también priman entre los terroristas medioambientales, además de los pirómanos, corresponden a los que tienen intereses en determinados cotos de caza, o en la eliminación de matorrales, o de quienes lo hacen como represalia por haberse reducido las inversiones públicas en los montes, o por resentimientos.

Destruir el patrimonio ecológico, que ha costado décadas o cientos de años verlo crecer, no debería quedar impune, ni tampoco ser suavizado con atenuantes. Más de 1.500.000 de hectáreas han sido arrasadas en España en solo doce años (Fuente CIVIO período 2001-2013) en los más de 200.000 incendios producidos. Los que superan las 100 hectáreas de extensión ascienden a casi 2.000 que han supuesto acabar con una superficie de casi 1.000.000 de hectáreas.

Se está en condiciones de asegurar que más del 60% de los incendios producidos han sido provocados, por lo que cuesta explicar cómo son tan pocos los terroristas medioambientales detenidos y juzgados. Todos los años un número importante de trabajadores se dejan la vida en nuestros montes luchando contra los fuegos a cambio de unos pocos euros, tratando de apagar las hogueras de avaricia que algunos presumen de estar practicando. En el período de esos doce años antes citados han llegado a alcanzarse las escalofriantes cifras de 41 muertos y 229 heridos (un muerto y doce heridos es el saldo que ofrece la provincia de Zamora).

Existe gran dispersión en el mapa de distribución de incendios con extensión superior a las 100 hectáreas en el conjunto de la geografía española, así Galicia y Castilla y León se llevan la palma por regiones (543 incendios en Galicia y 467 en CyL) superando, entre ambos, el 50% del total producidos en el conjunto de España, y llegando a alcanzar las 400.000 hectáreas. Por el contrario, existen otras regiones, como la del País Vasco en la que solo se han producido 10 incendios, contra los casi 300 que acumulan las también norteñas Cantabria y Asturias. Algo habrá tenido que ver la idiosincrasia de los ciudadanos de estas regiones, y las actuaciones de los Gobiernos de sus autonomías para que lleguen a manifestarse tales diferencias. Madrid y Cataluña con 19 y 65 incendios, respectivamente, son una muestra de lo que podría considerarse una gestión del problema más ajustado a sus circunstancias.

Dos regiones vecinas, como son las de La Rioja y Navarra, presentan desiguales datos, así en Navarra se han producido 20 incendios con más de 4.000 hectáreas incendiadas, diez veces más que en La Rioja en la que solo ha habido 3 incendios y 400 hectáreas quemadas.

Solo unas políticas basadas en el estudio pormenorizado de tan execrables actuaciones, región por región, podrán ayudar a acabar con esta lacra, y en ellas deberemos participar todos de manera coordinada, desde el Gobierno central hasta el último vecino de la más apartada aldea. Mientras tanto, solo queda rogar a san Lorenzo que detenga el viento y haga que la lluvia se haga presente en los momentos más álgidos del verano.