Una vez más los vascos nos dan un ejemplo envidiable. Han practicado la democracia sin paliativos no dando lugar a la teatralidad que suele primar en el resto de España. Se han celebrado elecciones autonómicas. El pueblo ha votado, de forma normal, como suele ocurrir en el resto de España. Ha dado votos a casi todos los partidos que se presentaron (Cs ha quedado excluido) y el partido más votado, al que le han faltado varios escaños para obtener la mayoría absoluta, ha asumido la responsabilidad de gobierno sin que el Parlamento se haya visto obligado a intervenir. La mayoría notable, pero no suficiente, obligará a recabar el apoyo de algún otro partido en los casos en que se requiera mayoría absoluta para tomar una decisión; pero será el partido más votado en todo caso el que mande o protagonice un acuerdo.

Por el contrario, en el resto de España, el partido más votado, si no obtiene la mayoría absoluta, no puede asumir la Presidencia de forma automática. Y se puede dar el caso -ha ocurrido más de una vez- de que se han unido varios partidos y lo han desplazado. La democracia (el gobierno del pueblo) ha sido burlada. La voluntad del pueblo ha sido sustituida olímpicamente por la voluntad de unos grupos más o menos numerosos. O -como ocurre en la actualidad con relación al Gobierno de la nación- un señor, sin ganar una guerra ni arriesgarse a perder algo, se erige en una especie de dictador y se ríe durante más de nueve meses de todo el país, al que convierte en un mendigo (sin dinero y con la credibilidad disminuida) tal vez para un año completo, por lo menos. Eso, a pesar de la intervención obligada del jefe del Estado (por dos veces) para proponer al candidato a esa representación teatral que llamamos "sesión de investidura".

No sabemos qué ocurrirá; pero, si la opinión del próximo Gobierno de España coincide con la mía y la de muchas personas, la primera Ley que se propondrá a las Cámaras será la que normalice que el candidato del partido más votado asuma automáticamente la suprema responsabilidad de presidir el Gobierno de la nación. De ninguna manera podrá darse lugar a la situación actual: la gobernabilidad del país debe estar pendiente solo el tiempo mínimo que exige un procedimiento normal de elecciones en las que el pueblo ejerza su derecho de manera indiscutible y con el resultado de señalar, de manera vinculante, qué candidato será el próximo presidente del Gobierno. No sé si habrá que mantener la designación del candidato, llevada a cabo por el jefe del Estado, y la consiguiente "sesión de investidura"; pero esta sería solo un requisito para que el Parlamento ratificara, con su voto, obligatoriamente afirmativo -como fue antes-, la decisoria voluntad del pueblo, manifestada en el resultado de las elecciones.

Manifiestamente claro está que en el País Vasco se han hecho las cosas en un tiempo mínimo. El señor Urkullu, en la misma noche en que se celebró el escrutinio, en el que resultó candidato del partido más votado, asumió la responsabilidad de iniciar los trámites para que se constituyera el gobierno de su pueblo. Y sabemos, aunque sea por rumores fidedignos, que ha decidido gobernar en solitario, en minoría, sin obligación de recurrir, de forma habitual, a partido alguno; ni siquiera al partido con el que ha llevado la gobernación en la anterior Legislatura. Tal vez cambie cuando ese partido aclare su actual situación insegura; pero, por el momento, como se ha dicho, se ha ceñido a acatar la voluntad del pueblo manifestada en las urnas.

Indudablemente la actuación del señor Urkullu está respaldada por el Reglamento que rige la vida del Pueblo Vasco. De aquí que en España deba instituirse un análogo proceder. Allí, el PNV, que fue el partido más votado, ha asumido su obligatorio liderazgo; el resto de los partidos, fueran o no agraciados en la votación, acatan sencillamente la decisión del lendakari y se ponen a su disposición en el caso de que sean necesarios. Hubo en un momento la sugerencia de algún señor -precisamente excluido por mandato judicial de la candidatura a lendakari- que pretendía una coalición de su partido preferido con el partido más votado en las urnas. Pero el señor Urkullu parece haber desechado también esa sugerencia del señor Otegi. Asume la Presidencia -como le señala el derecho- y rechaza, por el momento, cualquier coalición para gobernar. Lo que ocurrirá en España no lo sabemos; pero indiscutiblemente ahí queda la magistral lección del pueblo vasco y su demócrata Reglamento.