Cuán barato les ha salido a los directamente culpables de la tragedia del Madrid Arena la muerte de Katia Esteban, Rocío Oña, Cristina Arce, Belén Langdon y María Teresa Alonso. Las cinco se dejaron la vida en una fiesta donde gran parte de lo sucedido hay que achacarlo al afán del principal imputado, el empresario Miguel Ángel Flores, de obtener un mayor beneficio económico. El salvaje sobreaforo, seis mil personas más del máximo total permitido, condujo a la tragedia que bien pudo haberse evitado. La codicia de Flores propició 28 minutos de terror, en los que las 16.600 personas asistentes se encontraron en una ratonera de la que resultaba imposible salir y donde las escenas de pánico fueron continuas. Los vídeos son sobrecogedores, como lo han sido las declaraciones de algunos de los supervivientes.

Siendo dantesco el panorama y pudiendo haber sido evitable, al empresario codicioso solo le han caído cuatro años. Una minucia propiciada por el fiscal que no ha tenido muy en cuenta la magnitud de la tragedia. Sentencias tan benévolas solo pueden conducir a una cosa, a que sigan repitiéndose casos iguales o parecidos. Porque a gentes como Flores, la seguridad de los que van a divertirse a sus fiestas le trae al pairo. Tendrían que haberle inhabilitado para gestionar este y otros tipos de eventos relacionados entre sí. Cierto que esta gente es muy habilidosa, de alguna manera habría seguido en el negocio a través de terceros y cuartos y quintos.

Es vergonzoso que una tragedia como la que se ha venido recordando en los últimos días, y de la que se cumplirán cuatro años el próximo 1 de noviembre, se salde con una sentencia tan blanda, tan alejada de la realidad y del dolor de los familiares y amigas de las cuatro chicas fallecidas. España empieza a parecerse a ciertos países que no son precisamente un ejemplo. No contento con sentencia tan benévola, Miguel Ángel Flores tiene intención de recurrir, quizá con el propósito de obtener la absolución. Sería una bofetada para los deudos de las jóvenes y para toda la sociedad española que esperaba una sentencia ejemplarizante. Para disuadir a cualquier otro empresario codicioso a repetir la hazaña.

Esas hazañas están a la orden del día. Pasada cierta hora, cuando ya no se espera una inspección, las puertas de infinidad de discotecas, chiringuitos de todo tipo y lugares de celebración masiva, se saturan de gente que se pone en riesgo a sí misma y a los demás. La falta de escrúpulos de algunos empresarios es preocupante. Sobre todo porque en sus decisiones reside la responsabilidad de muchas vidas. No evitan riesgos y no es la primera vez que un sobreaforo o una instalación deficiente conduce a la tragedia como ya ocurrió hace años en Madrid, como pasó en Buenos Aires y como sucedió en Bucarest.

Más vigilancia, menos permisos, más restricciones y más dureza en las sentencias, una vez que se produce la tragedia, ayudarían a cambiar el panorama de un ocio tramposo, de un ocio mortal en el que quien más pierde es el que perece ahogado por la avaricia de empresarios sin escrúpulos.