Me siento afortunado, otro septiembre, un nuevo comienzo de curso, rejuvenezco. Mi alumnado vuelve a tener 16 o 17 años. La mayoría estudia primero de bachillerato. Observo su nerviosismo de los primeros días, la timidez ruborizada de alguna de ellas o el desplante descarado de uno de ellos. Chicas y chicos expectantes los primeros días de clase, sobre todo cuando deben presentarse después de hacer el círculo en el aula. Más de la mitad llegan nuevos al instituto, son muchas novedades, tampoco han tenido nunca esta asignatura: Filosofía.

Escribo en la pizarra: "No se puede aprender filosofía, sino solo a filosofar" (Kant). Les presento al filósofo ilustrado alemán, brevemente, pues será invitado con frecuencia al ágora de nuestra clase. Hace más de doscientos años que falleció, pero su pensamiento seguirá orientándonos otros tantos más. Tratamos de aclarar qué significa filosofía, analizamos la etimología, latina y griega, y ya sabemos a qué se refiere: "amor por la sabiduría". No es un tratado que clasifica sustancias ni un manual de instrucciones para construir algo, tampoco el relato, más o menos riguroso, de lo acontecido en el pasado. Estamos ante una disciplina peculiar, no enseña nada, no lo pretende, lo que sí hace es ayudarnos en el aprendizaje del filosofar. Esto es una destreza del pensamiento, una disposición o actitud "amorosa" ante lo desconocido. El primer gesto, el más difícil, es reconocer nuestra ignorancia. Requiere aceptar que no sabemos; "solo sé que no sé nada", dijo Sócrates al poner la primera piedra del conocimiento científico. La humildad es el principio de todo saber y la primera lección del filosofar.

Los adolescentes de hoy, también los de hace cuarenta años, tienen dificultades para enfrentarse a su propio pensamiento, para cuestionarse sobre su naturaleza. Su personalidad se está formando, hoy parece muy madura y consolidada, mañana se habrá derrumbado porque algo no salió como esperaban. Es una etapa vertiginosa, apasionante, en la que las emociones determinan la vida de los jóvenes. También sus aprendizajes. Por eso serán más seguros aquellos que se produzcan desde la confianza y el interés. La filosofía no es nada si permanece recluida en los manuales y en las enciclopedias, si no sale de los libros del mundo académico y de los endogámicos departamentos universitarios. Tenemos que mostrar cómo el pensamiento puede mejorarse, porque es perfectible. Lo debemos hacer en clase enfrentando diferentes tipos de pensar sobre un mismo suceso. Se puede aprender a pensar, por supuesto, aunque parezca que esta habilidad la hayamos adquirido sin darnos cuenta y sin esfuerzo alguno. Nuestro sistema educativo ha olvidado casi por completo este aprendizaje. Lo refleja en los objetivos de las diferentes etapas aludiendo al "desarrollo del pensamiento crítico y creativo", pero lo ignora en los currículos o lo desprecia, como ocurre en la nueva ley educativa, eliminando la Historia de la Filosofía en 2º de bachillerato o la Educación para la Ciudadanía y la Ética en la ESO.

Hay pensamientos positivos, negativos, confusos y hasta tóxicos. Nuestro pensamiento puede ser de más calidad, se puede hacer mejor enfrentándolo a otros pensamientos, sometiéndolo a debate, contrastándolo en comunidad. A pensar se aprende pensando con otros.

El título de este artículo es el del prólogo de un libro de la filósofa Marina Garcés, "Filosofía inacabada". Texto muy recomendable que nos "?Interpela hoy en un mundo que muestra síntomas de agotamiento, como planeta y como modelo de sociedad". La autora defiende una filosofía de compromiso, atenta a la situación concreta que vivimos, sin rehuir el conflicto con la realidad que nos toca enfrentar. "Porque toda filosofía es crítica de unas formas de vida y recomendación de otras, a partir de una toma de posición en la que están en juego unos valores. ¿Cómo no filosofar?, ¿cómo no seguir filosofando hoy, entonces?". Qué pertinente y urgente esta pregunta en la España actual, ¿no les parece?