La campaña emprendida por el Gobierno sirio para atraer turistas parece una burla o una inocentada. Pero no es así. El Ministerio de Turismo ha diseñado el eslogan "Siria, siempre hermosa", y emitido un vídeo promocional en las redes sociales de sus playas y de las muchas e infinitas posibilidades que ofrecen sus "resorts", con juegos acuáticos y todo. Resulta, por lo menos, chocante si no fuera por lo macabro de la realidad que hay detrás. El Gobierno de El Asad siempre ha respondido contra los rebeldes sirios como si fuesen meros terroristas y ha pretendido, desde el inicio de la guerra, mientras se bombardeaban barrios enteros, se torturaba a personas y se veían obligados a desplazarse miles de sirios a causa de los combates, dar a los que se quedaban una normalidad cotidiana. Los funcionarios seguían cobrando sus sueldos, incluso, en las zonas ocupadas por los rebeldes y se instaba a los ciudadanos a acudir a las urnas como si tal cosa, renovando así el mandato criminal de El Asad. Pero el desgarro de la sociedad siria es, a pesar de estas incoherencias, tremendo. Claro que la guerra no recorre todos los lugares ni afecta a todas las personas de la misma manera, hay zonas firmemente controladas por el Ejército y ciudadanos que por sus trabajos de técnicos o funcionarios pueden librarse de los combates y estar lejos del frente. Hay, por tanto, lugares en los que los rebeldes y los yihadistas no han entrado y donde la población vive con seguridad relativa en un país en pleno proceso de descomposición. Porque las heridas que la guerra está provocando entre los sirios, alauís, suníes, drusos, cristianos o kurdos, no podrán ser curadas con facilidad ya que tras ellas se han producido innumerables violaciones de los derechos humanos.

De hecho, hay muchas ciudades que han visto cómo su población debe padecer el hambre y la desesperación; aún recordamos los esqueletos vivientes que fotografió un corresponsal belga. Hay más de un millón de sirios que soportan tal situación. Por eso, cuando el Gobierno sirio promociona el país como un lugar turístico demuestra, una vez más, como ya lo hizo durante los primeros meses de la rebelión, que es incapaz de ser sensible a las crueldades y padecimientos de sus propios ciudadanos. Mientras cientos de sirios huyen a la desesperada, los hay que están muriendo ahogados en el mar Mediterráneo o están refugiados en distintos países por miedo a la violencia. Decir que Siria es un lugar hermoso? es como darles un despiadado puñetazo en la boca del estómago. Lo fue.

En la actualidad, las más importantes ciudades sirias han sido arrasadas en el transcurso de esta vorágine inhumana, como Alepo o ciertos barrios de Damasco. Otras, como la ciudad de Palmira, se ha visto afectada gravemente tras la ocupación de los yihadistas, sin contar con todo el patrimonio vendido o destruido a lo largo de este tiempo. En 2010, un año antes de producirse la rebelión, Siria logró la cifra de 8,5 millones de visitantes, que suponía un 9% del PIB del país. Para 2015, el descenso del turismo era del 98%. Pero, aún así, los sirios con ciertas posibilidades económicas, afines al régimen, se relajan de la guerra yendo a los resorts que se construyeron en las localidades de Tartous o Latakia, y cuelgan el cartel de completos. Si bien, dicha tranquilidad se vio afectada por los atentados provocados por los yihadistas en el mes de mayo, llegados los rigores del verano, la gente necesita evadirse y regresa. No son los únicos que buscan no pensar en las penalidades ni en el futuro tan incierto que les aguarda, las familias aprovechan las treguas para relajarse en bares y terrazas, en los parques o, incluso, en el cine o en la ópera. Es comprensible y también sucedió en Europa durante la Gran Guerra y la SGM (mientras los judíos eran asesinados en masa, miles de alemanes se distraían en la retaguardia huyendo de la guerra). Si bien, en Siria, no todos los lugares tienen la misma suerte.

En las ciudades bajo dominio rebelde o yihadista no hay esas posibilidades. En todas ellas viven día sí y día también pendientes de los ataques aéreos del régimen y de la aviación rusa o aliada, escondidos en refugios. No hay escuelas abiertas ni locales para el ocio, los hospitales están bajo tierra tras ser muchos de ellos bombardeados incumpliendo las leyes de la guerra, se trata de resistir la presión del Ejército sirio, sabiendo que la derrota solo puede significar para muchos la cárcel o la muerte. En las zonas controladas por el Estado Islámico la situación es opresiva. Las condiciones de vida igual no son tan malas, salvo aquellas que están cerca de los frentes, poseen luz y agua, pero también soportan a las patrullas, una policía religiosa que vigila estrechamente que la población no pueda escuchar música ni bailar, beber alcohol, ni, por supuesto, mostrar signos de la decadencia de Occidente, imponiéndoles un Islam arcaico, viven con el temor a ser denunciados y flagelados, en el mejor de los casos, públicamente. Las mujeres han de ir cubiertas y pueden acabar convirtiéndose en esposas o concubinas de los guerreros de Alá. Y si alguna tiene sueños de estudiar y convertirse en una mujer independiente solo puede hacerlo a escondidas con el peligro que eso le supone. Y los niños van a las madrazas a ser educados como buenos musulmanes al servicio de un estado totalitario. Las guerras, por desgracia, tienen toda esta suerte de incongruencias.

Hay quien sufre en sus carnes todo el rigor y la dureza de la violencia que le sobrevuela y hay quien puede escapar de ella durante unos días, como si pudiera negarse la realidad tostándose al sol, y refrescarse en las mismas aguas que están sirviendo de cementerio a sus compatriotas. La guerra es sádica. No hay nada heroico en ella, nada trascendente, y lo único que sucede de verdad es que miles de personas inocentes acaban sucumbiendo o sufriendo en su transcurso su crueldad. Hacer turismo en Siria? menuda frivolidad, más le valdría a El Asad aceptar su responsabilidad en la destrucción total del país.