No me refiero a Acacia, "la malquerida" de Jacinto Benavente, sino a la muralla de Zamora, esa que, con demasiada frecuencia, vemos como se va cayendo a pedazos. Una vez es un retal de "Las Peñas de Santa Marta", otra uno de los altivos cubos próximos al Portillo de la Lealtad (1969) y, entre medias, cualquier otra zona del trazado de cinco kilómetros que recorre los tres cinturones amurallados que juntan y separan la ciudad. La muralla lleva sufriendo muchos años -diez siglos- en los que el azaroso ataque de la climatología y la destructora mano del hombre -especialmente en el periodo de desamortización del S. XIX- la han agredido con saña, de manera tan dura como despiadada, mientras los Gobiernos, locales o nacionales que se han venido sucediendo a lo largo de los años no se preocupaban de evitarlo, pasando de ella mientras sufría los agravios de la indiferencia y el abandono. De manera que ahora, en pleno siglo XXI nos encontramos con una muralla necesitada de una obra faraónica para ser recuperada, para cortar la galopante gangrena que padece. Aunque alguna vez se haya redactado algún plan de actuación para salvarla de la desaparición, lo cierto es que nunca ha pasado de ser unos cuantos papeles engullidos por la burocracia. Cierto es que en esta época democrática en la que nos encontramos, no se recuerdan ningunas elecciones en las que no se haya hecho mención, de frente o de perfil, a la restauración de esta parte histórica de la ciudad, pero, a la vista de los resultados, podría colegirse que solo se ha utilizado para conseguir votos. Otras ciudades de España, y de Castilla y León en particular, han sido generosamente ayudadas en aras a recuperar su patrimonio histórico, especialmente Valladolid y su provincia, muy probablemente por ser la ciudad de mayor caladero de votos de la región, no así la nuestra que, al contar con menos habitantes, y votar de manera incondicional al partido del Gobierno y de su comunidad autónoma, no da pie para hacerles emplear algo más que migajas con las que adecentar algunos templos románicos.

La zona de la muralla más próxima al Castillo linda con espacios abiertos permitiendo disfrutar de un amplio panorama que incluye lo que en tiempos fue el Campo de la Verdad, mientras que los tramos comprendidos entre el templo de San Cipriano y la Catedral, salvo algún mínimo espacio, aparece bordeada de edificios y caserones de propiedad particular, por lo que solo sus propietarios tienen el privilegio de gozar del panorama que ofrece el río en su bello discurrir entre puentes.

Murallas afuera, parece evidente que el objetivo municipal, en los últimos años, viene siendo el de dejar expedita la muralla en su parte exterior, ya que las demoliciones de viviendas en la avenida de la Feria así lo acreditan, no pudiéndose decir lo mismo de su interior, donde se ha continuado edificando con dudoso criterio.

Dicen los técnicos que, además de la erosión, el empuje de las tierras que se han venido acumulando contra los muros a lo largo del tiempo ha incidido de manera importante en el agrietamiento y desplome de los lienzos amurallados. A este respecto cabría hacer la siguiente reflexión: si las tierras causantes de desprendimientos proceden de solares de propiedad pública, lógicamente corresponderá su restauración a las instituciones públicas; pero, en caso contrario, si llega a tratarse de propiedades privadas ¿quién sería el responsable?

No existe otra ciudad en Castilla y León, ni en el conjunto de España, como tampoco en Europa que reúna un patrimonio con las características que atesora la ciudad de Zamora: veintitrés templos románicos (siglos XI y XII), una muralla medieval con tres recintos (siglos XI, XIII y XIV) que forma parte del Patrimonio Histórico Español desde 1949, y el río mas caudaloso de España, como es el Duero lo conforman. Pero claro, para sacarles partido, es necesario poner en valor todos estos activos, cosa que será difícil que ocurra, a no ser que nuestros representantes políticos decidan dejar a un lado la obediencia ciega a sus superiores, para pasar a defender los intereses de la ciudad que les ha votado.

Puede que haya llegado el momento en el que habría que plantearse si el futuro del patrimonio histórico de Zamora debe pasar por "cerrar" o por "abrir" la muralla, por seguir o no los versos de Nicolás Guillén interpretados, hace años, por Ana Belén y Víctor Manuel. Porque si lo que se pretendiera fuera el de mantener la muralla como seña de identidad de la ciudad y reclamo de atracción turística, debería "abrirse" la muralla, pero si, por contra, lo que se pretendiera fuera olvidar el pasado y vivir sin sufrir las "molestias" de los eventuales visitantes de la ciudad, bastaría con continuar como hasta ahora, o sea, "cerrando" la muralla.

Para que la realidad no nos coja por sorpresa y "la malquerida" deje algún día de serlo, no estaría de más poner al día el plan director existente (1998 y 2006) a ser posible con luz y taquígrafos, para permitir que quienes se encuentran en condiciones de aportar datos e ideas (historiadores, arquitectos y urbanistas) puedan colaborar en su redacción. Tener a mano una hoja de ruta, en la que estén involucradas las tres administraciones - local, regional y nacional- no sería algo banal, sino necesario cara al futuro.

En cualquier caso, se haga lo que se haga, no deja de ser una paradoja que en "la bien cercada", citada en el "Cantar de mío Cid", puedan pasar desapercibidas sus murallas.