Hace ya muchos años, en el inicio de mi carrera, un amigo médico, prestigioso catedrático de Medicina para más señas, fallecido ya, me aconsejaba que ni leyese noticias relacionadas con la salud y la medicina ni las publicase. Un sabio consejo, sin duda, que siempre he procurado seguir, convencido de que, en efecto, es lo mejor por cuanto lo contrario supone o crear en el profano, o sea en todas aquellas personas no profesionales de la sanidad, falsos temores o falsas esperanzas. Sin embargo, ahora, con Internet al alcance, esta actitud se ve dificultada por el aluvión constante de noticias al respecto, sobre investigaciones médicas en su mayor parte, sin que haya pruebas constatables de su rigor y seriedad, aunque algunas se hacen y casi siempre con resultados discutibles o negativos.

Pues a los falsos temores o a las falsas esperanzas que este tipo de noticias o avances producen en la gente, se une un confusionismo peligroso, causado por las divergencias de los contenidos y sus conclusiones. Lo que unos dicen que vale, otros dicen que no vale, siempre dentro del mismo campo de la ciencia, y viceversa. Y el viejo discurso, que eso no es de ahora, aunque la presencia de "lobbys" muy especializados los incrementa, por el cual nos enteramos de que lo que ayer era bueno y recomendables es hoy tan malo como rechazable, prosigue sin cesar. Ha ocurrido con el pan negro, hoy pan integral, si retrocedemos a los años del primer franquismo, con el aceite de oliva, que llegó casi a prohibirse en favor de los aceites de maíz y girasol, con los huevos, que tan pronto originan exceso de colesterol como no, con las carnes rojas puestas en solfa por la OMS, con la leche, con el café, con el alcohol, con todo. Es que ya casi ni los propios médicos saben a qué atenerse, con tanto vaivén, así que han de cubrirse, como los demás, con el consumo moderado, el de todo un poco, sin abusar de nada.

No hay día en la que no aparezca en los medios alguna información de este género. Todas empiezan, con lo mismo, citando a estudios e investigaciones de universidades, casi siempre remotas, que nos sorprenden o no con el fruto curioso de sus trabajos, o con ambiguas amenazas para la salud, o con los experimentos que se llevan a cabo en ratones al objeto de descubrir la causa y el tratamiento de tal o cual enfermedad. Nadie duda de que hay en el mundo, miles y miles de científicos dedicados en cuerpo y alma, casi siempre vocacionalmente, que no por motivos económicos, a esta noble tarea de descubrir nuevos remedios en su lucha contra las enfermedades que asolan el planeta, muchas de las cuales se han conseguido erradicar mientras surgen otras nuevas. Pero lo que cabe dudar es si resulta positivo para el conjunto de la sociedad la difusión al alcance de todos los públicos de unas investigaciones que deberían estar reservadas a la comunidad médica a través de las reputadas publicaciones existentes. Sin olvidar que a estas noticias se unen otras, procedentes de campañas pagadas por los sectores correspondientes, en favor de unos u otros artículos destacando sus beneficios o minimizando sus riesgos. Todo lo cual ha llevado el caos a muchas personas que ya no saben ni que hacer ni qué no hacer.