Las inauguraciones son actos con los que sueñan todas las personas que ocupan, en algún momento de su vida, algún cargo o puesto de gestión, ya sea en el ámbito público o privado. Los políticos, por ejemplo, prácticamente no existen si durante sus años de Gobierno no han cortado la cinta de alguna feria, muestra o exposición, no han puesto la primera piedra de no sé qué obra de ingeniería civil o no han destapado el lienzo que cubre una estatua en una plaza, parque o glorieta. Todos los gestores, indistintamente de cuál sea el color ideológico con que se identifiquen, quieren pasar a la historia por haber inaugurado obras, cortado cintas o destapado bustos, porque, de lo contrario, terminarán en el baúl de los recuerdos, sin pena ni gloria. También en el ámbito privado sucede tres cuartos de lo mismo: en las empresas, sin ir más lejos, cualquier innovación tecnológica o modernización de las instalaciones suele celebrarse y comunicarse a la sociedad por motivos parecidos.

En muchos casos, además, en las inauguraciones de asuntos privados acuden también los políticos de turno, dando a entender que apoyan con ahínco lo que se pone en marcha. No suele suceder al revés, aunque a veces sí, que en inauguraciones de asuntos públicos acudan gestores o representantes de empresas, organizaciones o entidades privadas. Ahora bien, los ejemplos citados no son los únicos, ya que inaugurar es un acto consustancial al género humano. Pensemos, por ejemplo, en algunos actos cotidianos aparentemente sin importancia y que, si se analizan con cierta frialdad, están imbuidos de la atmósfera que rodea a cualquier inauguración que se precie: la nueva casa que se habitará en los próximos años, el nuevo coche que sale del concesionario o la ropa recién comprada que se lucirá en las fiestas de cumpleaños o en cualquier otra fecha que sirva para recordar acontecimientos irrepetibles: el primer beso, la primera escapada nocturna o aquello que solo usted puede estar pensando en estos momentos.

Las inauguraciones pueden ser múltiples y diversas, tanto en contenido como en dimensiones y afluencia de personal. Y para que un estreno luzca y sea esplendoroso no siempre se requiere gran asistencia de público. Conozco un sinfín de inauguraciones que se han disfrutado en silencio, sin compañía y sin alharacas. Muchas otras pasan también casi desapercibidas, aunque sean maravillosas. Recuerdo el día en que el hijo de un amigo se sentó por primera vez en el asiento delantero del coche porque ya daba la talla. El chaval había inaugurado una nueva etapa en su vida y se disponía a vivirla en primera fila. O como cuando los rapaces cambian de ciclo escolar y traspasan la frontera de un territorio que, en muchos casos, es una incógnita. Pero también hay inauguraciones sorprendentes, como la que observé el viernes en Benavente, con más autoridades cortando la cinta de la Feria del Pimiento que puestos de hortelanos en la Plaza Mayor. Y claro, al verlo no pude por menos que escribir lo que ahora finaliza.