El último domingo de septiembre es la Fiesta del Cristo de Villarrín. No tiene fecha fija ni coincide con ninguna señalada del calendario litúrgico, pero sí con el fin de las tareas del verano que antaño se prolongaban hasta los albores del otoño, después de haber cargado con los costales hasta la panera y haber hecho acopio sobrante de paja para la lumbre y el ganado.

Dice el refrán que "una golondrina no hace verano" pero cabe añadir hoy que una cosechadora sí.

Los tiempos cambian y, si es para alivio del trabajo esclavo, se agradece.

A pesar de que el verano laboral tradicional se ha reducido considerablemente, en Villarrín la fiesta del Cristo permanece en fechas acostumbradas para no perder la historia y el sentido de la fe y los afanes que le dieron origen.

Es costumbre, en muchos sitios, invitar a una persona de renombre a dar el pregón de fiestas; en mi pueblo el invitado siempre es el mismo por derecho propio: el Santísimo Cristo, inconfundible con el rostro de labrador doliente que muestra con los brazos extendidos.

Cristo moreno pasa

de lirio de Judea

a clavel de España

Escribió García Lorca.

Esta identificación del Nazareno atormentado con el pueblo que lo venera viene de siglos en la Tierra de Campos. En el año 2010 celebramos el 550 aniversario de su transformación milagrosa. En tan largo período de tiempo la devoción a la sagrada imagen se extendió por 28 pueblos de alrededor; siendo así que se llegó a hablar de la provincia del Cristo comprendiendo los siguientes municipios:

Arquillinos, Barcial del Barco, Bretó, Cañizo, Castrogonzalo, Castronuevo, Castropepe, Cerecinos de Campos, Cerecinos del Carrizal, Fontanillas, Granja de Moreruela, Manganeses de la Lampreana, Otero de Sariegos, Pajares de la Lampreana, Piedrahita de Castro, Revellinos, Riego, San Agustín del Pozo, San Cebrián de Castro, San Esteban del Molar, San Martín de Valderaduey, Santovenia del Esla, Tapioles, Vidayanes, Villafáfila, Villalba, Villárdiga, y Villaveza del Agua.

En muchas ocasiones hubo que implorar lluvia para los secos campos de la comarca y es tradición que nunca faltó socorro a las tierras sedientas ni a los corazones afligidos que se acercaban a pedir favores de consuelo.

El icono del Crucificado era el talismán que daba fuerzas frente a la adversidad y paliaba la sequía recurrente.

No es de extrañar que la imagen venerada se "apellide" de los Afligidos, pues el campo, ayer y hoy, más aflicciones que gozos depara.

La imagen empieza a manifestar su "querencia" local tras una visita pastoral, en 1460, del obispo que pedía su retirada, previamente ordenada, por autos de Visita, debido a su mal estado y encontrarse con pocas trazas de incitar a devoción. Los tiempos de la ejecución de "sentencia" eran llegados. Pero ante los ruegos y lágrimas de una piadosa mujer, de nombre Leocadia, experimentó la milagrosa transformación en faz y forma que hoy podemos contemplar y venerar.

Así lo venimos haciendo desde hace quinientos años largos.

Y largo nos vienen fiando, con promesas, los poderes terrenales, la redención del campo donde aprendimos a sufrir.

Pero siempre tendremos al Cristo de los Afligidos de nuestra parte, de Villarrín y de la Tierra de Campos.