M oisés abrió las aguas del Mar Rojo con el hardware del palo y el software de Dios y pasaron los israelitas camino de la tierra prometida y se ahogaron los egipcios. Eso ahora se puede conseguir sin palo ni Dios, solo con la libertad. Rita Barberá invocó la libertad para salir de la casa donde permanecía encerrada después de abandonar el Partido Popular que había ayudado a fundar en Valencia en el inicio de la democracia, cuando ese partido temía tanto que la libertad se confundiera con el libertinaje. "Respeten mi libertad como yo respeto la suya", pronunció con voz y gesto grave para abrirse paso entre los periodistas que esperaban sus respuestas y que se comportaron como el Mar Rojo hasta que alcanzó el coche. ¡Quién nos iba a decir que la libertad serviría para tantas cosas inesperadas! En el asiento trasero se sentó y se sintió como en el escaño del Senado, aforada, sin tener que contestar ante cualquiera y, al poco, volvió a sonreír, cual Ana Obregón con novio nuevo.

Libertad, divina palabra, como la parrafada en latín que desactivó a la chusma cuando iba a castigar a la adúltera en "Divinas palabras", de Valle Inclán. De secretaria general del PP para arriba (la altura a partir de la cual se respeta la presunción de inocencia), prefieren el divino silencio, por eso Mariano Rajoy no puede decirle nada a Barberá, que ya no es del PP. Mientras no sea del PSOE no la acusará de antipatriótica ni la criticará, ni nada. Divino silencio.

La locura ya no es divina, como en tiempo de Homero, pero la locura puede venir como Dios. La demencia sobrevenida de Álvaro Lapuerta, extesorero del PP, trae divino silencio al juicio del caso Gürtel que trata de cómo la libertad da para todo y en nombre de ella salen recursos para financiarse y repartir sin que nadie hable del libertinaje de antes. Viva la libertad y vivan las cadenas si están adecuadamente repartidas.