El otro día me llamaron para participar en el homenaje a un prohombre, que aun estando en plena forma física y mental ha decidido retirarse tras una trayectoria que incluso el más torpe de los gacetilleros o el más pertinaz de sus enemigos calificaría de prolífica y fructífera.

Ven, todos esperan que asistas y digas unas palabras en honor del homenajeado. Acepté encantado la invitación y el encargo y dejé feliz todos mis quehaceres para plantarme delante del ordenador e ir trenzando un borrador de mi discurso. Escribí: "Estamos hoy aquí para homenajear a...". En ese momento caí en la cuenta de que no conocía al homenajeado. Ni por el forro. Ni de lejos. Para nada. Ni siquiera lo había saludado alguna vez. Dudaba incluso de que él supiera de mi existencia, no lo tengo como amigo en Facebook, si es que tiene Facebook, no está en Linkedin ni en Twitter, no tenemos ningún conocido común. Tampoco conozco a Rajoy o a Pilar Bardem, ni a Hilario Pino ni a Messi o a Rafaella Carrá y sí podría escribir sobre ellos. Pero esto no es lo mismo. Es que ni siquiera sabía la cara que tenía.

Tampoco me unía particularmente nada a su especialidad profesional, una disciplina para mí dificilísima y reservada a hombres tenaces y de gran carácter y empuje, justo lo contrario de lo que soy yo. Una vez tuve un empuje. Me pilló en un supermercado. Pude llevar mejor el carro hacia la caja. Quise aprovechar ese empuje para ir a casa y escribir un relato pero el empuje se acabó al abrir la puerta. Me empujé al sofá entonces y estuve seis horas durmiendo. En fin, la conversación resonaba en mi cabeza: mira, te llamo para que asistas al homenaje a Fulanito, ya sabes, el famoso tal de allí, tienes que venir, todos quieren que vengas y además prepárate algo bonito para decirlo. Sopesé ir, siempre se come bien en los homenajes. De hecho, a comer bien se le llama darse un homenaje. Ir, comer y salir corriendo. O ir, comer y leer las palabras homenajeantes u homenajeadoras. En cualquier caso, diciendo que era un honor para mí glosar la figura del susodicho y añadiendo que es gran persona y mejor profesional ya habría medio salido del envite. También podría decir que "es proverbial su bonhomía" y hasta introducir la perorata con un "seré breve, que es lo que esperáis todos", con lo cual daría un golpazo de humor y me ganaría a la concurrencia. Claro que bien pensado lo mejor que podría hacer es leer todo esto que acabo de escribir, que podría ser tomado como una humorada o boutade y ser muy celebrada. O tal vez me granjearía la antipatía del auditorio. Vamos, quedaría peor que Cagancho en Almagro. A estas alturas ya estaba calibrando si todo había sido un error. Tal vez querían llamar a otro columnista. O a un médico o a un arquitecto o ingeniero. A lo mejor el número de teléfono de la persona que iban a llamar se parece mucho al mío. Agarré el teléfono. Le di a la tecla de llamar al último número que te ha llamado. La señal sonó infinidad de veces. Saltó el contestador. Una voz maquinal dijo: para desmarcar imposturas marque uno. Para participar en un homenaje marque dos.