Aquella mañana desperté ligero, aliviado, como si el sueño hubiera descargado de mi mente la plomiza carga de preocupaciones de cada día. Sabido es que tenemos sueños reparadores o lo contrario, que no solo no relajan, sino que embotan aún más nuestro cerebro. Debí tener dulces sueños, como esos en los que solucionas entuertos, ajustas cuentas y disfrutas lo que la cruda realidad te impide. Abres los ojos, te vas dando cuenta del mundo que te rodea, de las circunstancias que acompañan tu vida, como la peripecia lamentable en la que se encuentra nuestro país. La clase política es incapaz de formar gobierno después de dos convocatorias electorales y el Partido Popular no logra acordar un pacto de investidura. Debe ser por culpa de la mayoría absoluta con que gobernó la pasada legislatura, pero también tendrán alguna culpa sus dirigentes. De Rajoy está casi todo dicho. Se ha convertido en una caricatura patética y risible del presidente que se sabe incapaz de solucionar la gravísima corrupción de su partido, porque ello conllevaría su propia dimisión. De la señora Cospedal sabemos que es de cartón piedra, esa materia de la que están hechas las máscaras y los muñecos. Del tercero en el escalafón, un tal Maíllo, zamorano, amanecí convencido de que había dimitido. Pronto comencé a salir del placentero sopor del despertar y aún confuso encendí la radio. Nada decían de dimisiones en la cúpula del PP, aunque sí aludían a un extraño suceso protagonizado por Rosa Valdeón, vicepresidenta de la Junta de Castilla y León. Había sido interceptada por la Guardia Civil en Morales de Toro, daba positivo en el test de alcoholemia y había rozado un camión en la A6 sin detenerse. Perplejo, busqué más información. Ya se decía que dimitía de sus cargos en el gobierno regional y que daría más explicaciones en rueda de prensa. En efecto, las dio y me parecieron suficientes, casi excesivas. No encuentro sano que cuando se trata de sucesos en el ámbito de la vida privada, haya que desnudase en público para mayor solaz de morbosos y cotillas. Esta mujer vivió una peripecia que pudo protagonizar cualquier otra persona muy ocupada, responsabilizada con su familia y bajo tratamiento médico. La fatalidad se cebó con ella, pero una vez identificada la matrícula de su coche, quienes pasaron a la acción fueron otros elementos, menos sujetos al azar, sus "queridos" compañeros de partido. Decidieron aprovechar su desgracia para vengar desavenencias pendientes. Como hizo Mayte Martín Pozo, colocada a dedo en la presidencia de la Diputación por el caudillito Maíllo, pidiendo a la exalcaldesa de Zamora que dejara también su cargo electo de procuradora por esta provincia. Ya basta de tanta miseria personal y política. Tengan un poco de pudor.

Resulta lamentable que esta banda de corruptos o amigos de los corruptos quiera darnos ahora una lección de responsabilidad política pidiendo que esta mujer desaparezca del mapa, cuando hace cuatro días fue ella quien lamentó el papelón del nombramiento de Soria, aquel ministro con dineros en paraísos fiscales. De los Maíllos y sus secuaces no escuchamos nada, solo que el caso estaba cerrado y punto ¡Qué cinismo! Parece que ahora quieran aparentar, con las exigencias a su compañera de partido, lo que nunca han practicado con otros imputados, como Rita Barberá. Los que han apoyado y protegido a sus ladrones, los que usan el partido como instrumento de chantaje o de amenaza, para obtener favores o prebendas, ahora quieren darnos una lección de auténtica democracia.

Me causa tristeza que parte de la ciudadanía crea que las dimisiones de Rosa Valdeón son buenas y necesarias. No lo comparto. Esta persona pagará con las sanciones que la ley prescriba para sus faltas o delitos. Pero ya no volverá al desempeño de su tarea política, muy apreciada por propios y extraños, para regocijo de la peor ralea del PP. Además, ¿por qué si le pasa a un maestro algo así, al día siguiente va a dar clase a su escuela? ¿y si le pasa al médico de mi pueblo o al arquitecto de la Diputación, irán a su puesto de trabajo cuando les corresponda? Claro, pagarán la multa, perderán el carné de conducir? pero van a seguir con su vida laboral. Parece que nos mueva un resabio religioso y todos nuestros actos deban ser juzgados, por Dios o por los demás hombres. Y sancionados.

El ejemplo tenemos que darlo en la vida pública, en el desempeño de la función que sea: político, maestro, policía? Ahí sí que debemos exigir ejemplaridad y limpieza. Y no lo estamos haciendo.

Por cierto, como Maíllo todavía no ha dimitido por estar imputado o investigado en el fraude de la Caja de Ahorros, lo he cesado. Estoy despierto, hagan lo mismo.