Se termina la canícula. De nuevo el regreso a la actividad laboral, escolar, profesional, o en circunstancias normales la política. Dentro de unos días se vislumbrará ya la llegada del otoño con su lento amanecer y aún más rápido atardecer. Se acerca ya el punto equinoccial en el que el día y la noche valen lo mismo.

Pero al fin y al cabo las estaciones del año solo acompasan nuestro ritmo vital. El ser humano, las personas transcendemos a estos marcapasos. Siguen fluyendo nuestras preocupaciones, nuestros problemas o nuestras inquietudes ante la realidad que nos acecha más allá de los límites de nuestro tiempo existencial.

Ayer y hoy son vivencias diferentes. Solo un día marca lo viejo de lo nuevo que se repite con insistencia transcurridas las veinticuatro horas que enmarcan nuestro acontecer entre el día y la noche. Por eso necesitamos perspectiva para afrontar los retos de un nuevo curso desde la óptica más vital y optimista posible.

Así iniciamos la normalidad llevando a nuestros hijos o nietos a los colegios con la incertidumbre que origina la rebeldía de algunas autoridades autonómicas para aplicar una ley estatal (la Lomce), que ha nacido desde el disenso técnico y la oposición encendida de quienes prefieren, esencialmente, un mayor intervencionismo y adoctrinamiento del Estado. Su consecuencia es el clima de una confusión obligada entre padres, profesores y alumnos sobre la calidad y sostenibilidad de nuestro sistema educativo.

Sigue creciendo nuestra preocupación por la violencia sobre la mujer y la violencia doméstica que según el informe de la Fiscalía General del Estado, se ha incrementado con respecto al año anterior y tal como resalta la Fiscalía no es un asunto que se pueda resolver exclusivamente con el derecho penal: "Es necesario reforzar los factores educativos y sociales que pongan el acento en el respeto de la dignidad de la mujer".

No es menor la preocupación que aún dominan muchos hogares españoles, como consecuencia del paro y la angustia de trabajos precarios e inestables, desgraciadamente con una escasa e injusta retribución que en muchos casos originan un detrimento y perjuicio del sostén personal y familiar del propio trabajador.

Si a esto se suma también, las dificultades que está padeciendo la financiación de nuestro sistema de pensiones como consecuencia del debilitamiento de nuestra economía, del desequilibrio de la ecuación población activa/pasiva o de la acusada distancia entre natalidad y envejecimiento, el resultado es que se va alimentando progresivamente una mayor inquietud social.

Frente a estos y otros problemas de gran alcance, como la corrupción, el terrorismo islamista o la borrachera secesionista, la nueva clase política lleva ya casi un año pensando cómo conformar un Gobierno que satisfaga sus pueriles e irresponsables vanidades. Tostados al sol y sonrientes en sus escaños escasamente arrugados, desafían peligrosamente la voluntad de la ciudadanía, arriesgándose, una vez más, a agotar su paciencia democrática después de haberlos hecho regresar a las urnas en una segunda oportunidad ya casi inútilmente desaprovechada.

Estamos pues ante un nuevo curso. Don Miguel de Cervantes y Saavedra, nuestro ingenioso manchego y al que nadie ha superado en conocimiento del alma y sueño de los españoles, nos dejó esta gran lección de rabiosa actualidad en boca de su criatura más universal: "Don Quijote soy y mi profesión la de andante de caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y de la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso de tonto y mentecato?".

Si todos y cada uno de nosotros y muy especialmente quienes dicen representarnos, nos aplicáramos estas sabias palabras y propósitos, afrontaríamos este nuevo período con el ánimo positivo y optimista de aprender de nuestros errores, rectificar nuestras conductas y avanzar con esfuerzo, ambición y generosidad en la consecución del bien común de los españoles. Lo contrario es de tontos y mentecatos.

Jorge Hernández Mollar