Hace apenas un par de meses, la Organización Mundial del Turismo celebró en Sri Lanka, la antigua y legendaria Ceilán, una conferencia internacional sobre la condición que el turismo tiene como catalizador para el desarrollo, la paz y la reconciliación en los diferentes territorios del planeta. La elección de la sede de la conferencia no era casual: desgarrada por una terrible guerra civil que asoló al país entre 1983 y 2009 y que causó la muerte a más de ochenta mil personas, Sri Lanka es hoy un país en paz que se va desarrollando gracias, entre otros aspectos, a la llegada del turismo internacional.

Sri Lanka (a la que los viajeros árabes que surcaban el Índico bautizaron como Serendip o isla de las joyas) es un mosaico cultural en el que conviven en la actualidad una mayoría étnica cingalesa (un pueblo de origen indio que llegó a la isla en el siglo V antes de Cristo y de religión mayoritariamente budista) con una minoría tamil (ubicada de manera principal en el norte y en el este de la isla, pero diseminados en realidad por todo el país y de religión básicamente hinduista), a lo que hay que sumar unas relevantes minorías cristianas (fruto de la presencia primero de los portugueses, y luego de holandeses y británicos) y musulmana. Sin embargo, la convivencia entre los habitantes de la isla no ha sido sencilla, ya que su territorio ha vivido un ciclo de varios siglos de ocupaciones extranjeras, que comenzó con la llegada de los chinos en el siglo XV y que no terminó hasta la independencia del Reino Unido en 1948.

La convivencia entre las dos etnias mayoritarias no ha sido nunca fácil: los cingaleses han vivido históricamente con el miedo a ser aplastados por los tamiles hindúes, que si bien son minoritarios en la isla, son mayoritarios al sur de la India. Esos temores fueron incrementados con la llegada masiva de tamiles incentivada por el gobierno colonial británico a lo largo del siglo XIX, aprovechando la cercanía entre ambos países. Una vez conseguida la independencia, y tras varios años de conflictos entre las dos comunidades (el idioma tamil, por ejemplo, dejó de ser oficial en 1956 en un intento de la mayoría cingalesa de excluir a los tamiles de los oficios públicos), estalló una guerra devastadora entre un grupo terrorista de orientación nacionalista tamil, los Tigres Tamiles, y el ejército del país a partir de julio de 1983. Los terroristas tamiles practicaron un terrorismo brutal y sin piedad, siendo pioneros en el uso de las técnicas macabras de actuación que ahora son repetidas por otros grupos en Oriente medio: terroristas suicidas, ataques indiscriminados a zonas civiles, uso de niños para atentados? La lucha contra ese terrorismo deshumanizó al gobierno legítimo de la isla, cada vez más endurecido y cada vez menos respetuoso con los derechos humanos, y se calcula en más de 30.000 el número de desaparecidos tras la guerra.

Tras la firma de un primer alto el fuego con la mediación de Noruega, la guerra terminó en 2009, gracias entre otras cosas a la presión internacional contra los grupos terroristas, y el país avanza ahora hacia una esperanzadora reconciliación. La minoría tamil está representada en el Parlamento y el idioma tamil es de nuevo, junto al cingalés, oficial en la isla. Todos los elementos simbólicos del espacio público (carteles de los edificios oficiales, señalización viaria, las monedas?), están escritos en tres idiomas: cingalés, inglés y tamil. Es en este escenario en el que el turismo, como se puede observar nada más llegar a la isla, está jugando un papel clave en la recuperación del país: frente a los apenas medio millón de visitantes que llegaron al país en 2009, en 2015 fueron casi dos millones de turistas los que visitaron la isla, cifra que se espera supere los dos millones y medio en este año de 2016. Esta llegada de extranjeros se está viendo acompañada de la creación de una potente infraestructura turística en las diferentes zonas del país, un país que es un microcosmos y en el que el turista puede encontrar prácticamente casi una representación del planeta en miniatura: desde las espectaculares playas del sur con la fortaleza portuguesa de Galle presidiendo la costa, hasta las montañas del centro del país con las hermosas plantaciones de té de Nuwara Eliya, pasando por la histórica fortaleza de Sigiriya, o el Parque Nacional de Yala por poner solo algunos ejemplos. Toda esta infraestructura (hoteles de alto nivel, tiendas de artesanía restaurantes, joyerías?) está generando un importante número de puestos de trabajo para una población condenada hasta hace pocos años a la emigración o a una economía de subsistencia en el ámbito de un país en guerra. Del mantenimiento de este ritmo de llegada de turismo y de crecimiento económico dependerá en parte que Sri Lanka pueda seguir desarrollándose a lo largo de los próximos años. Y es que, piensa el turista nada más tomar el avión de vuelta, al igual que sucedió en España a partir de los años sesenta del pasado siglo XX, el turismo es un arma poderosa para favorecer el desarrollo económico de los países y la modernización de las sociedades. Viajar nos permite ver otras realidades, nos enseña otras formas de vivir y nos ayuda a abrir la mente, comparando nuestra cultura con otras, y sacando lo mejor de cada una de ellas. Y eso, siempre, es positivo. Para el que recibe la visita, pero también para el viajero. Y es que así evitaremos aquello que señalaba Montaigne cuando escribió que en el siglo XVI "cada cual llama barbarie a aquello a lo que no está acostumbrado".