Ocurre lo mismo todos los veranos, que no hay noticias importantes que llevarse a la boca. Que la gente se va de vacaciones y prefiere olvidarse de los problemas cotidianos. Que los políticos dejan en paz a la gente, ya que Congreso y Gobierno desaparecen del mapa informativo. Este año lo están haciendo de manera especial, ya que congresistas, senadores y Gobierno se encuentran de vacaciones desde el mes de diciembre pasado. Desde aquel día que nos convocaron a unas elecciones cuyos resultados se los pasaron por el puente Croix. Y eso que, entre medias, se inventaron otras elecciones -en junio- para pasar el rato, que, de momento, tampoco han servido de nada, puesto que nos encontramos como el primer día, compuestos y sin novio, o sin novia, o algo por el estilo.

La élite de la clase política lleva ocho meses de vacaciones, de vacaciones pagadas, naturalmente, de manera que resulta fácil entender que no tengan prisa por formar Gobierno, porque eso significaría ponerse a trabajar. Y mientras tanto eso llega, unos se entretienen diciéndoles a los otros que hay que ser patriota, que les apoyen para poder gobernar, haciendo abstracción de que hace solo unos meses, y encontrándose en inversa situación, ellos tampoco apoyaron la investidura a quienes ahora les reclaman colaboración. Pero es que lo de ser patriota parece pasar necesariamente por gobernar, mientras los demás permanecen en posición estática dejándose mangonear, sin mover un dedo, sin evolucionar un ápice "al itálico modo", como hizo el Marqués de Santillana, cuando se cargó el octosílabo para pasar al endecasílabo en los sonetos.

Y, a la chita callando, los contribuyentes continuamos manteniendo a ese montón de cargos, carguitos y cargazos, sin rechistar, y acudiendo a las urnas, como corderos, cuando a ellos les viene bien.

Este verano, a diferencia de los anteriores, por el momento, no han sacado el manido entretenimiento del tema de Gibraltar, que tanto juego viene dando desde la época de Franco, de Fraga, y de María de la O, cosa que es de agradecer. Quizás sea porque alguien se ha acordado de aquélla frase que Pilar Urbano pone en boca del rey Juan Carlos, en su libro "La gran desmemoria": "Lo mejor que se puede hacer con Gibraltar es no hacer nada; y entre tanto, marear la perdiz".

Pues eso, que siempre hay que sacar algo para marear la perdiz y no hacer nada, bien sea en el ámbito nacional, autonómico o local. Aquí, en Zamora, sin ir mas lejos, se ha sacado lo del cambio de nombre de algunas calles que siempre da juego para entretener al personal, pues obliga a ponerse a favor o en contra, según dicte la manera de pensar de cada uno. Y así se ha levantado una polémica con la calle dedicada al falangista zamorano Carlos Pinilla Turiño. Porque unos, para defenderlo hacen alusión a su decisiva intervención para que se levantase en Zamora la Universidad Laboral y el Clínico, y otros, ejerciendo de detractores, sacan lo de haber pertenecido al ala dura del régimen franquista. Y a unos y a otros no les faltaría razón si no omitieran la otra parte de la historia, porque tan cierto es que fue la mano derecha de José Antonio Girón, conocido como "El león de Fuengirola", uno de los más recalcitrantes líderes del búnker franquista que se oponía con más fuerza a la llegada de la democracia, como que fue el promotor de esas dos obras que se levantaron en Zamora, en una época de enormes penurias, donde primaban la greda y el asperón.

Lo que ahora habría que preguntarse es qué prima sobre qué, si el ideario y militancia política del personaje en cuestión o la practicidad de las obras que promovió en beneficio de la ciudad. Y ahí cada uno es libre de opinar como crea más conveniente.

Que se recuerde, Pinilla, es uno de los pocos políticos que, cuando tuvo poder, hizo cosas por esta tierra, y aunque no fuera elegido por votación popular -por razones obvias- hasta la muerte de Franco (después fue senador por Zamora) lo cierto es que se sintió siempre zamorano, a diferencia de otros de la época democrática, como por ejemplo la exministra de Sanidad y de Fomento, a la sazón presidenta del Congreso, Ana Pastor, que cuando le hacen alguna entrevista, presentándola como gallega, no pone el menor interés en aclarar que es zamorana. O el expresidente de la Junta Demetrio Madrid del que no se recuerda nada especial. Pues eso, que lo de sacar el cambio del nombre de las calles siempre ha dado mucho juego para entretener a la gente, porque mientras se habla de eso, uno se olvida de si suben o no los impuestos, o de si funcionan mejor o peor los semáforos.

Lo cierto es que para acercarnos más a la realidad del personaje objeto de debate lo más indicado sería dejarlo en manos de historiadores locales que, disponiendo de más y mejor información, podrían acercarnos a la realidad, y evitar que vaya agrandándose el abismo que amenaza con separar a la sociedad. Escuchar la voz autorizada de nuestro entrañable cronista oficial Herminio Ramos podría ser interesante.