Coincidiendo con el comienzo del curso ha llegado Rosa Valdeón a su fin de carrera. De su carrera política, se entiende. Al menos, de momento, porque tras su postura crítica contra algunas decisiones de su partido, el PP -entre ellas y la última su rechazo absoluto a la maniobra de Rajoy para situar al exministro Soria en el Banco Mundial- no cabe esperar que las puertas giratorias se le abran enseguida, aunque ella sigue siendo procuradora regional. Por Zamora, precisamente.

Porque ha dimitido de sus cargos en la Junta de Castilla y León, como vicepresidenta, consejera y portavoz pero se mantiene en las Cortes autonómicas. Algo que como ha dicho la presidenta de la Diputación de Zamora, Martín Pozo, no resulta coherente ni comprensible. Deja los cargos en los que representa al poder pero no el escaño en el que representa al pueblo. Por lo demás la dimisión era inevitable y la única salida digna, exigida de inmediato por los partidos de la oposición. Una reacción normal, que en las redes sociales se haría mucho más dura después.

Como la misma Valdeón ha reconocido siempre, un político tiene que dar ejemplo tanto en su vida profesional como personal. Parece que, aunque ella lo niegue, conducía en algunos tramos a 170 kilómetros por hora, hizo un mal adelantamiento rozando a un camión, continuó su marcha a toda velocidad, y acabó siendo interceptada por la Guardia Civil, en la rotonda de Morales de Toro. A la hora de las pruebas del alcoholímetro, la ya exvicepresidenta triplicaba los límites permitidos.

Un mal día, un negro día, lo puede tener cualquiera. Hay que asumirlo, y eso es lo que ha hecho, renunciando antes de 24 horas a su estatus político. En rueda de prensa ofreció explicaciones. Habló de un par de cervezas y un ansiolítico, aunque rechazó la invitación de la Guardia Civil a hacerse un análisis en un hospital. Ahora, además habrá de enfrentarse a un delito contra la seguridad vial. Solo por ello, ya debería dejar también su lugar en las Cortes de la región, y pasar página del todo. Pese al favor de la Junta, no la va a ayudar tampoco su mala relación con los dirigentes del PP provincial, en especial con Maíllo, su presidente, y ahora número tres del partido a nivel nacional, mala relación que ha vuelto a quedar patente desde el primer momento de conocerse el incidente.

A Herrera le toca hacer las sustituciones en la Junta. Con Rosa Valdeón acertó cuando la nombró consejera de Familia, un área de mucha responsabilidad social donde cumplió una labor eficaz. Y se equivocó, y mucho, cuando la impuso como alcaldesa de Zamora, su tierra natal, donde ha pasado ocho años, por unas u otras causas sin pena ni gloria. Tal vez como recurso de compensación la llevó de nuevo a Valladolid en un puesto en el que brillaba por sus dotes de comunicación. Una etapa breve, desde mayo de 2015 y que hay que dar ya por finiquitada, pese a no haber dimitido, al menos hasta este momento, como procuradora autonómica, algo que al principio se dio por descontado que haría, pues resulta lo más lógico. Debe costar trabajo irse y dejarlo todo, se entiende. Pero debiera hacerlo, por razones obvias.