Comienza septiembre con aromas de estrenado agosto. Creíamos ya escuchar la despedida de las cigarras y el apagado aleteo de los zánganos en las noches de luna templada, pero nos equivocamos. Desde El Retiro a Chamberí, desde el barrio de Salamanca hasta Legazpi, el calor es sofocante de día para tornarse insomne en los albores de la madrugada con las cigarras y los zánganos en incesante cortejo. También nos equivocábamos cuando pensábamos que nuestros políticos habían advertido la gravedad del callejón al que nos ha abocado su lenidad. Creíamos que se habían percatado del grave riesgo al que están conduciendo al país con su egoísmo y torpeza. Nueve meses con un Gobierno en funciones que no funciona, pero que no por eso deja de nombrar altos cargos y reincide en las decisiones que han provocado la indignación popular y el clamor de la regeneración. ¿Qué necesidad tenía Rajoy de proponer al exministro Soria para director ejecutivo en el Banco Mundial? Si no debía mantenerlo en el Gobierno por sus cuentas en paraísos fiscales, ¿cuál era la poderosa razón que lo avalaba para ocupar tan digno puesto? También Sánchez, con su terquedad y miopía, no parece entender que sus ambiciones personales, legítimas sin duda, deben de estar muy por debajo de las urgencias del país o de los intereses de su partido. Si le repitió a Rajoy 85 veces no a su investidura, ¿a qué cuento llamarlo ahora por teléfono para reiterarle su negativa? ¿Acaso esperaba escuchar de sus labios el apoyo o abstención para su imposible alternativa? ¿Qué sentido tiene esta ronda de contactos para tentar el mercado de las alianzas si sus posibles compradores ya las han desestimado? ¿Qué razón le asiste a Rivera a reiterar que el PP tiene que cambiar el candidato al que han votado casi ocho millones de electores? ¿No debiera más bien él reflexionar sobre su propio liderazgo tras la pérdida de medio millón de votos y dos pactos fracasados? ¿Qué motivo ilumina al bardo de los epodos floridos para tentar a Sánchez con una coalición de gobierno que hace unos meses rechazó, o qué cartas esconde para pedirle a Rivera su connivencia, si hasta ayer lo consideraba el monaguillo de los poderosos o el chicle de MacGyver? ¿Ha cambiado la urgencia de los excluidos sociales, se ha roto el candado del 78, o más bien se ha percatado de que el asalto a los cielos pasa por bajar de la montaña y negociar con los del llano?

En estos dos meses de latente espera hasta que se disuelvan las Cortes para una nueva campaña electoral que todos recusan, nuestros políticos no pierden el tiempo en los graves retos del presente, se entretienen en tanteos y cuestiones de procedimiento. Entretiene Rajoy al personal con una absurda decisión de escándalo, tal vez por ver si de este modo nos rescata del hastío y la exasperación, y aporta munición a sus alicaídos adversarios. Se entretiene Sánchez llamando a Rajoy en diez minutos prescindibles, para decirle que nunca le apoyará, ni cuando apaguen su canto las cigarras y los zánganos plieguen las alas, allá por el 25 de septiembre, ni después; mientras contiene a sus críticos con las campañas electorales en marcha y el temor a un nuevo descalabro. Se entretienen Iglesias y Rivera recordando su mutuo veto, por falta de química y física y por incompatibilidad manifiesta. Y se entretienen sus señorías todas pidiendo un Pleno, este sí, por el torpe error rectificado y las más torpes justificaciones no enmendadas del repudiado presidente en funciones, por ver si con estos mimbres inician la próxima campaña en alas de la ética, la ejemplaridad y la transparencia, mientras la recuperación se ralentiza por la incertidumbre política, se pudren las perentorias reformas en los anaqueles de los temas pendientes y los halcones de la Comisión Europea amenazan con el cumplimiento de las reglas y la aplicación de las sanciones que en julio perdonaron si no cumplimos los compromisos.

Le pregunto a mi consejero áulico cómo cree que van las cosas. "Las cosas van de tiento y regate -me dice-. Quieren la cabeza de Mariano, pero saldrán maltrechos. Tú mismo viste cómo los zarandeó en el debate de investidura". No dudo de las cualidades oratorias de Rajoy, pero sí de su capacidad persuasiva. Ni con 170 votos a su favor es capaz de romper el bloqueo y persuadir a sus señorías de que todos y cada uno de ellos representan la soberanía nacional y que impedir la formación de Gobierno no se compadece con el mandato de los ciudadanos ni con el interés general.

Nos equivocamos con el final del verano y nos equivocamos también con el progreso de aprendizaje de nuestros políticos. Pensábamos que tras nueve meses de prácticas y después de dos investiduras fallidas, habrían sacado fértiles conclusiones. Pero en lugar de hacerlo se entretienen jugando al mus a los pies de los leones por ver si engañan al contrario con la apuesta, mientras los grandes asuntos de Estado resuenan sin dueño en el Salón de los Pasos Perdidos. Si al final se convocan nuevas elecciones y los ciudadanos volvemos a las urnas con la algarabía de los cascabeles y el vuelo de los trineos, no les pediremos que devuelvan el sueldo, pero sí que haya primarias para elegir a los candidatos. Tal vez la suerte nos asista y no repitan los mismos. Y si no, que su elección sea por sorteo.