Comenzó con una amistad de varios veranos. Coincidíamos en Toro dos seminaristas, uno de Astorga y otro de Zamora. Los dos hijos de maestros: doña Cruz Sánchez, casada con don Miguel Santiago era propietaria en el Colegio de la calle de la Reina; mi padre era maestro destituido y enseñaba en el Colegio de los Escolapios y dando clases particulares en casa. Y sucedió que repusieron a mi padre y, después de un breve nombramiento para Bustillo del Oro, lo destinaron de modo definitivo a Calzada de Tera. Tuvimos, pues, que separarnos: Luis Santiago Sánchez (hermano de la madre de Rosa Valdeón Santiago) quedó viviendo en Toro; yo adquirí residencia en Calzada de Tera. Paradójicamente, él siguió estudiando en Astorga; yo en Zamora, aunque Calzada pertenecía a Astorga. Pero no quisimos que nuestra amistad se rompiera y uno de los medios fue citarnos en la Romería de la Peregrina, ya que él había nacido en Donadillo y pasaba unos días en el verano en casa de sus familiares; yo podría ir a Donadillo (y buscando la coincidencia, a la Peregrina de Donado) desde Calzada de Tera. Así lo decidimos por un año.

Desde Calzada a Donadillo no había ningún medio de transporte; por eso yo tenía que ir en bicicleta. Y mira por dónde, la bicicleta de mi padre estaba estropeada; la reparación, si bien sencilla, requería acudir a un taller de Santibáñez de Vidriales, no muy lejano de Calzada, pero tampoco cercano. Por tanto ahí comenzó mi peregrinación. El sábado víspera de la Peregrina, bien de mañana, fui a Santibáñez a reparar la bici. Regresé a Calzada para la hora de la comida y, después del mediodía, comencé mi viaje hacia mi natal Carballeda, en concreto a Donadillo. El viaje me llevó horas y llegué a Donadillo cuando ya había anochecido. Comentando con mis amigos que estuve a punto de ponerme en contacto con una luz que divisé en la lejanía, en busca de información, me dijeron que aquella luz, seguramente, era la "luciana" del lobo, esto es, los ojos de un lobo que por la noche producen esa luminiscencia. Aunque ya era de noche, nos reunimos varios seminaristas, todos ellos de Astorga, yo solo de Zamora. Allí conocí a Miguel, y a Horacio, de Donadillo, igual que Luis; y a José María de Milla de Tera. (Años más tarde volvimos a encontrarnos en Comillas Miguel y yo tuve la satisfacción de pasarle a máquina su tesis en Derecho sobre las cauciones en matrimonios mixtos. Hemos vuelto a coincidir en la Casa de Zamora en Madrid, él como Capellán y yo como presidente).

El domingo aquel asistimos todos a la Peregrina y cantamos en la Misa y en la procesión de esa primera Romería que se celebra por allí. En aquellas tierras -de mayoría labradoras- las romerías y las bodas comienzan en septiembre, cuando se han terminado las faenas del verano y la economía de las gentes está asistida por la venta de la recolección. De ahí la gran alegría que tenían aquellos ciudadanos de La Carballeda y en la que nosotros participamos siguiendo la austeridad de la ocasión. Por la tarde volvimos a Donadillo a continuar nuestra fiesta particular. Con las bromas y chistes que ocuparon nuestra velada, unidos a la alegría de encontrarnos y coincidir en lo divino y en lo profano del día, sin incurrir en lo más vacuo, para nosotros, que hubiera sido el baile y otras cosas que vimos preparadas después del rezo del Rosario en la iglesia bastante llena, aquel viaje quedó como algo inolvidable y objeto de conversación en tiempos posteriores.

El regreso, de día, me ofreció un gran susto: crucé un pequeño riachuelo por un puente rudimentario que ni siquiera tenía un quitamiedos a los lados. Pensé asombrado cómo había pasado aquella noche por el puentecillo pensando que seguía el camino por tierra firme. No me tranquilizaba pensar que todo quedaba atrás y que había pasado sin problemas de miedo aquel lugar por donde pude caer al riachuelo entre las ruedas de la bicicleta.

El periódico del lunes me trae las imágenes que avivan mi memoria: la iglesia llena de fieles; los gigantones de Mombuey (uno de los pueblos limítrofes que acuden a la Peregrina), los gaiteros de As Portelas, el pendón de Donado elevado al cielo, los puestos que se ofrecen a los romeros para fomentar el comercio pueblerino? Y yo, que veo todo eso y sé lo que significa para los carballeses, me dejo invadir por el recuerdo y me enorgullezco de haber sido aquellos días un peregrino más en mi Carballeda natal.