Antes de entrar en materia, permítanseme unas pocas líneas con el fin de situarnos y conectar, por si fuese necesario, con extraños, extranjeros o extraviados. La biografía (por hacer) del ilustre zamorano D. Cesáreo Fernández Duro (1830-1908) ofrece dos apartados claramente diferentes, el de marino vocacional y el de diligente investigador de nuestra historia, naútica y nacional, con sus capítulos más brillantes relativos a América, a Colón (no era precisamente colombófilo) y a Zamora. A los quince años ingresó en el Colegio Naval Militar, retirándose en 1888 del servicio en la Armada con el grado de Capitán de Navío y un intachable currículo militar. Si toda su vida supo hacer compatibles el timón y la pluma, sus últimos veinte años de productiva jubilación, lo hicieron acreedor de no menores méritos académicos, todo ello conocido o fácil de conocer. Pero hoy quisiéramos llamar la atención sobre un asunto más concreto y de interés. Para ello es necesario retroceder un poco en el tiempo.

Casó D. Cesáreo en La Habana en 1862 con D.ª María Dolores Espelius y Matienzo (1840-1908). La coincidencia de fecha de sus óbitos tal haya hecho pensar en un error. No hay tal. De su necrológica extracto lo que sigue: "Las circunstancias que rodearon sus últimos momentos [de Fernández-Duro] y el fallecimiento de su viuda sobre el féretro mismo de su esposo, no han podido ser más conmovedoras, pues recibió los últimos sacramentos vestido con su uniforme de gala, y todavía caliente su cadáver, diríase que tuvo el consuelo de recibir el de la noble dama que compartió su existencia con él y que cayó muerta transida de dolor sobre sus inanimados restos". Añádase al drama que a los tres días siguió el mismo destino el que había sido su colega y colaborador en muchos trabajos, el marqués de la Vega de Armijo (dicen que de la impresión recibida al contemplar tal escena).

De los hijos nacidos del matrimonio, llegaron a la madurez tres hijas: Luz, Fe y Rita Fernández-Duro y Espelius (1867-1951), que nos interesa, desposada esta en 1888 con el juez de Cuéllar y después magistrado del Tribunal Supremo D. Gonzalo de la Torre de Trassierra y Fernández de Castro (1856-1924). Fueron estos padres de ocho hijos, entre ellos Beatriz (María del Perpetuo Socorro y de la Paloma, Braulia, Ramona) de la Torre de Trassierra y Fernández-Duro, nacida en Madrid el 27 de noviembre de 1894 y casada el 26 de abril de 1917, a los 22 años, con D. Antonio Correa Pérez (1877-1944), de cuarenta, natural de Comillas, directivo de la Compañía de Tabacos de Filipinas.

Y aquí comienza nuestra pequeña historia. Viuda aún joven, sin descendencia y rica (dejó sus bienes para la creación de una fundación humanitaria en Torrelavega), decidió Beatriz llenar sus ocios escribiendo la biografía de que carecía su célebre abuelo. Tal vez pudiera haberse empujado a ello, entre otros motivos, por los homenajes a los que tuvo ocasión de asistir, como el traslado de los restos mortales al Panteón de Marinos Ilustres en San Fernando (Cádiz) el 28 de febrero de 1963, o en 1978 la inauguración del monumento en la zamorana plaza de su nombre. No era labor sencilla escribir la biobibliografía de un personaje de tantas singladuras por todos los mares del mundo y de tantos trabajos (solo el número de sus libros, artículos, reseñas, prólogos y conferencias ronda los cuatrocientos), pero la nieta, además de objetos materiales, conservaba, sin duda, en su memoria y en la de la familia recuerdos más vivos que la animaron a seguir haciendo acopio de los elementos idóneos para levantar la obra que se proponía llevar a cabo, si bien dicha tarea se viese al fin frenada por la vejez ruinosa y a la postre finiquitada por el inevitable desenlace, que sucedió en los primeros días de 1984. Pero algo quedó, y permanece en sitio seguro, de sus esfuerzos.

Pues bien, esa es la noticia que quisiera trasmitir hoy a los zamoranos, por si fuera de su interés, que al menos los materiales en bruto que reunió la nieta para escribir la biografía de su antepasado no perecieron en alguno más de tantos naufragios como suelen acaecer por estos trópicos. Más claro todavía: los papeles-archivo que fueron de D.ª Beatriz relativos a la vida y obra de su abuelo D. Cesáreo están en estos momentos ante mi vista. No soy la persona más indicada para un análisis, valoración y crítica de los mismos, ni el espacio me permite entrar en detalles minuciosos, pero sí puedo proporcionar una somera descripción del conjunto. Se compone de multitud de documentos de todo tipo, que se podrían repartir en tres grandes series: primera, los papeles familiares, de antepasados y propios, con árboles genealógicos, partidas de nacimientos, matrimonios, defunciones, etc. Sigue la parte más interesante en mi opinión, la que atañe a la vida y la obra de Fernández-Duro, formada por tres carpetas con cientos de cuartillas cada una en que D.ª Beatriz fue copiando, acopiando y trascribiendo cuantas noticias, documentos, títulos, informes, despachos, pertinentes a la vida civil, pudieron llegar a sus manos, así como de cuantas referencias a publicaciones pudo alcanzar, es decir, los materiales para la biografía y la bibliografía de nuestro personaje. Otro apartado, en fin, se refiere a homenajes y fama póstuma. Se trata, como he dicho, de materiales en bruto (notas manuscritas, recortes de artículos de periódicos y revistas, cartas, informes, fotocopias, etc.) que habrá que desbrozar algún día y hora, si estos llegan, de ponerlo todo en limpio y en claro.

La pregunta del millón podría ser esta otra: "Y del archivo personal de D. Cesáreo... ¿Qué se hizo?". Con los papeles que tengo delante, se puede llegar a esta respuesta: aquellos documentos no personales, de interés histórico nacional (los relativos a las guerras de Cuba y Filipinas, por ejemplo) que permanecían en su poder, fueron depositados en vida de su poseedor en el Archivo Histórico Nacional; el destino de los personales se deduce de una carta-respuesta de 12 de julio de 1981 dirigida por el entonces director del Museo Naval, D. José M.ª Zumalacárregui Calvo a D.ª Beatriz: "... con mucho gusto -le dice- el Museo Naval acepta esos legajos de papeles autógrafos de su abuelo, Cesáreo Fernández Duro, así como los cuadros y platos con las carabelas de Colón que igualmente ofrece como donación y que tiene en Santander...". Es suficiente para la ocasión.

Concluyendo. La realidad innegable es que esta personalidad zamorana sigue sin tener una biografía propia a la altura de sus méritos. Pasaron los centenarios de su nacimiento y tránsito con más pena que gloria; una exposición, es cierto, nos lo recordó en estas últimas fiestas sampedrinas; nos aproximamos a la segunda centena de su nacimiento (2030). Tal vez sería el momento de echarse la manta (zamorana, claro) a la cabeza y decidirse de una vez por todas a reparar el agravio. Si por flaqueza no nos ofrecemos voluntarios, no dejamos de convidar a quien pueda hacerlo. Seguro que en la Perla del Duero no faltan pechos más fuertes y generosos, capaces de llevar la tarea a feliz término.