piden ya algunos editorialistas que se vaya Rajoy, que abandone Sánchez o que lo hagan los dos a la vez, para ver si así sus partidos consiguen ponerse de acuerdo en formar (o permitir que se forme) un gobierno. Como si fuese tan fácil.

Teóricamente, bastaría con hacer correr el escalafón de modo que a Rajoy lo sustituyese la vice Soraya Sáenz de Santamaría por la banda de estribor. En la de babor, el puesto de Pedro Sánchez en el puente de mando del PSOE pasaría a ocuparlo César Luena, que vaya usted a saber quién es. Y, hala, a pactar lo que haga falta.

Lo malo es que no hay garantía alguna de que la situación mudase al cambiar a los diestros por sus subalternos. Si el socialdemócrata Sánchez se resiste a facilitar un gobierno del conservador Rajoy no es tanto porque se lleven mal -aunque también- como por el hecho de que su parroquia no toleraría esa cesión. No se trata de una cuestión de nombres, sino de hinchadas.

A diferencia de otros países con mayor pedigrí democrático, la política es en España un asunto propio de forofos más que de votantes. Aquí se es de derechas o de izquierdas "de toda la vida", como si la ideología se transmitiese por vía genética y no aceptase transacción alguna. Cualquier apoyo al partido de enfrente, aunque fuese por la vía indirecta de la abstención, convertiría automáticamente a quienes lo prestasen en traidores a la causa.

España funciona en realidad con una lógica binaria de computadora en la que todo se reduce a elegir entre blanco y negro, en el caso de la política; y entre blanco y azulgrana en el paralelo dominio del fútbol. Tanto da que se trate del balón o del voto, este es un país de hinchas irreconciliables en permanente (y por fortuna, incruenta) guerra civil.

Resulta del todo impensable, por ejemplo, que un hincha del Real Madrid se pase al Barcelona atraído por el vistoso juego y la dulce gestión de la pelota que hace su adversario. Y viceversa, naturalmente. Acaba de confirmarlo estos días, por si hiciera falta, el exportavoz del Barça Toni Freixa, quien opina que "ser madridista y catalán a la vez es imposible". Freixa recomienda una visita al psiquiatra a aquellos que caigan en esa improbable dualidad.

Lo mismo sucede con la política. Son muchos los que aluden a su condición inmutable de gentes de izquierdas o de derechas para explicar la razón -o más bien el ADN- que los impulsa a votar siempre a este o aquel partido, aun si admiten que el de enfrente no lo hace del todo mal. El partido y el equipo propios se heredan por vía familiar, al igual que la casa y las fincas.

Esto no suponía problema alguno cuando el bacalao del voto se lo repartían casi en exclusiva los peperos y los sociatas; pero ahora la Liga es mucho más abierta en el Congreso y hay que hacer números para determinar cuál es el equipo que se lleva el trofeo del Gobierno. La irrupción en el campo de dos nuevos equipos-revelación como Podemos y Ciudadanos complica el establecimiento de una mayoría hasta el punto de que vayamos ya en camino de las terceras elecciones en una sola temporada.

Hay quien piensa que bastaría con cambiar a los jefes de los dos partidos mayores para que sus parroquias mudasen de opinión; pero nada parece avalar esa idea. Con o sin Rajoy y/o Sánchez, mucho es de temer que las hinchadas sigan insistiendo en que al enemigo, ni agua. Va a tocar urna en diciembre.