Hay columnas que cuesta escribir. Esta es una de ellas. Está dedicada a uno de los empresarios más destacados de Toro y por ende de Zamora, dos ciudades que permanecen conmocionadas por el triste fallecimiento de un empresario de raza, de un empresario de firmes convicciones personales y empresariales. Don Elier Ballesteros Martín. Un maldito accidente ha truncado la vida de quien logró celebrar dos veces sus bodas de oro, con su esposa, Antonia Barba, madre de sus tres hijos, y con el sector cárnico en el que empezó a trabajar siendo un mozo y en el que alcanzó las cotas más altas de prestigio y profesionalidad.

Un hombre sencillo y cabal, tremendamente humano y bueno que, además de una envidiable carrera empresarial, en la que fue de menos a más, con el tiempo se convirtió en ese embajador que toda ciudad sueña tener. Toro tuvo el suyo, don Elier, que no se perdió una sola feria nacional e internacional donde promover y difundir los productos de Toro y de Zamora toda. Un hombre que siempre tuvo la fe que a otros les falta en las posibilidades de Zamora. Solo que esas posibilidades había que trabajarlas a conciencia, sin desfallecer, tropezando, cayendo y sabiendo levantarse en cada momento.

Don Elier ha sido uno de los pocos empresarios que dio más de lo que recibió. Cuesta hablar en pasado estando como está tan presente, no solo en la memoria y el corazón de los suyos, también de cuantos contemplamos admirados el crecimiento de su obra empresarial, el buen gusto con que siempre hizo todo y sus grandes dosis de humanidad. Un luchador nato que nunca se arredró por fuertes que soplaran los vientos de la adversidad. Generoso como pocos, no dudaba en colaborar con todo aquello, pequeño o grande, que supusiera un bien para su tierra y su gente. Tampoco hay que echar en saco roto la labor social de la firma que engrandeció, llevándola a las cotas más altas.

Afortunadamente, los reconocimientos, no todos los que se merecía, le llegaron en vida. Cualquier cosa que ahora se diga es solo un apéndice a su memoria. Hombre serio, de rigor infinito, capaz, cuya vida no puede resumirse en unas pocas líneas porque la suya fue una vida intensa. Regaló a sus hijos, Antonia, Esther y Elier, el lujo de su sabiduría y experiencia, su elevado sentido del deber, el respeto, el compañerismo, el alto concepto de la amistad y el compañerismo y la ética empresarial. Tuve oportunidad de conocerlo personalmente en la entrega de unos premios y de verdad que su sencillez era de las que cautivaba al interlocutor.

De forma torpe y deshilvanada hoy he querido recordar a aquel hombre de bien que lograba encadenarnos a la invaluable riqueza de su profesionalidad. Dicen que los grandes hombres no desaparecen; muy por el contrario dejan huellas eternas, echan fuertes raíces, son generadores de talentos y seguidores como su hijo Elier, que ha logrado multiplicar la semilla sembrada por su padre. La pérdida de don Elier nos ha conmovido a todos. Es difícil resignarse. De su paso por esta orilla siempre quedarán sus conocimientos empresariales y sus valores éticos, morales, humanos y profesionales que siempre procuró cultivar. Que Dios lo tenga en su gloria.