Hoy, en el Congreso, gran reposición, nueva representación de la sesión de investidura necesaria para formar Gobierno. Arriba el telón. Solo cambian los protagonistas, uno de ellos más exactamente, pues Mariano Rajoy ocupará ahora el papel de fracasado que escenificara el socialista Pedro Sánchez unos meses antes. El que no cambia es el otro, Rivera, el de Ciudadanos, doble perdedor, que tras intentarlo con la izquierda vuelve a intentarlo ahora con la derecha.

Que es, al parecer, para lo que fue creado el partido autodenominado centrista sin más vocación ni intención que la de servir de bisagra, coartadas al margen, para interferir respecto a los radicales de Podemos y apoyar llegado el caso, como ha sucedido, al PP. Solo son sospechas, claro, pero alimentadas por ciertos datos, como los que se han dado a conocer respecto al poderoso personaje financiero, catalán por más señas, que llamó al orden a Rivera para que cambiase la abstención por el sí a Rajoy.

Aunque de momento para nada valga, pues la nueva representación de la farsa tragicómica que a partir de hoy cambia a uno de los protagonistas no varía sin embargo el desenlace que conduce directamente al fracaso de la investidura popular, pese a la puesta en escena de la firma del pacto y las sonrisas triunfales, aunque en esta ocasión, el pasado domingo, hubiese solo apretón de menos en vez del abrazo que rubricó el acuerdo de la ocasión anterior entre Sánchez y Rivera. Y es que es una alianza para perder, pues los números, salvo sorpresa o milagro final, no son suficientes.

El mismo Rajoy, pese a sus impostadas sonrisas, se presenta a la investidura con los mismos ánimos, en el fondo, que en su día se presentó Sánchez, toda vez que es consciente totalmente de que sin abstención no habrá investidura. Y los del PSOE han vuelto a dejar muy claro que no es no, pero no ya ahora sino en octubre también si el candidato del PP vuelve a presentarse a una segunda sesión, como ha dejado entrever. Entonces sería más fácil, pero todo queda ya a expensas de lo que ocurra el 25 de septiembre era las elecciones autonómicas del País Vasco.

Es la última esperanza de Rajoy, un cambalache, un cambio de cromos sobre la marcha, con el PP apoyando al PNV, a cambio de que los nacionalistas apoyen el PP o se abstengan para lograr la investidura en octubre. Desde el PNV se niega, y lo mismo desde el PP, pero en este sistema de partidos, en esta partitocracia, todo es posible porque cada uno está a lo suyo, a sus intereses personales y políticos nada más, sin que los electores de las listas cerradas cuenten para nada.

Los de C´s, que han pasado por todo, que han aceptado las condiciones del PP empezando por las referidas a la corrupción y que solo han obtenido algunas concesiones sociales para las cuales no hay fondos, sin que sus otras demandas hayan prosperado, han levantado la voz afirmando que no aceptarían pactos secretos con los nacionalistas. Pero si el PP no le necesitase, si el PSOE hubiese aceptado la gran coalición de los dos partidos más votados, hoy poco o ningún protagonismo tendría Rivera.