El estío es espacio de descanso y holganza. El calor estanca la mente y enlentece las neuronas. No es el mejor momento para encontrar la adecuada respuesta a los retos importantes. Dejemos pues pasar estos calores, porque no hay peor tormento que intentar resolver engorrosos dilemas con cuarenta grados a la sombra y el sopor del bochorno. Ya en otoño vendrán las lluvias, el cielo se volverá gris y encapotado y bajarán las temperaturas. Tal vez entonces podremos vislumbrar con el frescor de la lluvia y la niebla la anhelada solución, porque el exceso de calor embota y ciega, y el frío agiliza y despeja. Pero no hay tiempo.

Este otoño, además, se anuncia abrasador, al menos para el PP, pues tanto este partido como alguno de sus pasados notables serán citados a declarar por juicios de corrupción. La trama Gürtel, la Púnica, el caso Bárcenas, la destrucción de los discos duros, la trama Taula y las "tarjetas black" de Bankia sentarán en el banquillo de los acusados a exdirigentes del PP para que declaren lo que saben sobre el dinero sucio que transitaba por los despachos de las instituciones para terminar en los bolsillos particulares. Desde su descanso en Galicia, Rajoy atisba la ominosa tormenta y apela a la responsabilidad del líder socialista para salir del aprieto antes de que descargue. Urge formar gobierno ahora, dice, porque debemos cumplir los compromisos con Europa, acordar los Presupuestos y asegurar que se mantenga el crecimiento. Sabe que aunque logre el pacto con Rivera, Sánchez tiene la clave, pues si el PSOE ni apoya su investidura ni se abstiene, tendremos nuevas elecciones; lo cual no solo sería un "disparate", sino una muestra de la incompetencia de nuestros políticos y un grave perjuicio para los ciudadanos y para el país. Sin embargo, las tácticas partidarias no parece que tengan por principal fundamento la satisfacción de los ciudadanos o el interés del país, sino la conquista y mantenimiento del poder. Para lograrlos, lo primero que deben hacer sus líderes es deteriorar al contrincante, aprovechando tanto torpezas y debilidades, como oportunidades y ganancias, y el escenario actual las derrama generoso. Una investidura fallida en el puño, con la tribuna del Congreso como peana mediática para reprobar al candidato y poder proclamar a los cuatro vientos que hay alternativa digna y democrática, no estaría nada mal como chupinazo para una nueva campaña electoral provechosa.

Con todos los ases en la manga, Sánchez se fue tranquilo a Mojácar y a Ibiza a disfrutar de la brisa y el sol en sus playas, deleitándose en el próximo desquite del presidente en funciones y su agonía. Solo un milagro podrá salvarlo del castigo. No ha olvidado el desprecio de Rajoy en su frustrada investidura. Parapetado ahora en el "no es no", que ratificó su ejecutiva federal en julio, ni siquiera quiso ponerse al teléfono para concertar la fecha de la suya. Le dirá no el día 30 y también el 31, y esperará un nuevo intento de Rajoy en octubre, tras las elecciones gallegas y vascas, para hundirle el rejón y reafirmarse como única alternativa. Mientras tanto, exhorta a su electorado y contiene a los críticos de su partido con la coherencia y dignidad de su oposición. "El PSOE no va a abstenerse ante la corrupción, la desigualdad, la precariedad y el desempleo", ha dicho tras la reunión con su ejecutiva y el grupo parlamentario.

Su negativa no es, pues, por capricho o terquedad, sino por superiores motivos ideológicos y éticos, razones más que suficientes para enrocarse en el no y sacudirse de paso el acecho de propios y extraños. Sabe que el tiempo le entregará como botín de guerra el árbol ceniciento del PP en otoño, y sus argumentos se verán amplificados por la tenebrosa crónica de los tribunales. Si para entonces los críticos logran un comité federal que apruebe la abstención por razones de Estado, reforzará su liderazgo opositor de cara al congreso extraordinario que le confirme como secretario general, y si afianza la negativa entre los suyos, se presentará a las elecciones con el aval de la fidelidad a los ideales socialistas y el pundonor de su defensa. "Morir luchando es muerte matando muerte; vivir temiéndola es vivir servilmente", le aconsejaba el obispo de Carlisle al cercado Ricardo II, que a pesar de seguir su bizarro consejo terminará depuesto y degollado.