P or aquí, no se ha tenido ocasión, que se sepa, de asombrarse o no ante el burkini en las playas del Duero a su paso por la capital o la provincia o en las aguas del lago de Sanabria. Pero la polémica está servida, más que nunca, y no solo en nuestro país sino en casi toda Europa donde el extraño debate, en el que se entremezclan posturas religiosas y políticas, se va extendiendo con resultados diversos ante la presencia de mujeres musulmanas ataviadas con esa extraña prenda en cuya humorística denominación se aúnan dos conceptos de vestimenta y de concepción de la vida tan distintas como el burka y el bikini, el vestido total y el desnudo casi integral. En las mismas arenas, ante el mar, o en las piscinas, mujeres que solo dejan ver su rostro, sus manos y sus pies, junto a otras apenas tapadas o incluso en toples. O sea, cien por cien de burka, cero por ciento de bikini en eso que se ha dado en llamar burkini.

Al principio se contempló la estampa como una mera curiosidad, pues tampoco parece que la presencia de bañistas embutidas en la islámica prenda de baño haya sido nunca numerosa, aunque tampoco la extraña imagen, digna del medievo, pasase desapercibida. Pero cuando la moda se ha ido extendiendo, se han hecho ya notar las reacciones, y no solo las de la gente, sino la actitud que han ido tomando las autoridades, y que no está siendo la misma en todos los lugares. Los franceses, que al contrario que los españoles de hoy día, son tan poco propensos a lo políticamente correcto, cuando han tenido encima de las narices a esas bañistas tapadas de arriba a abajo, no han dudado en prohibir su presencia. Fue Cannes la primera en no aceptar tal indumentaria y en multar a quienes aparecieron vestidas de tal guisa. Después otra docena o más de municipios playeros siguieron la pauta, que empieza a ser adoptada en otros países, caso de Italia, donde el ministro del Interior no ha dudado en prohibir tal práctica, aunque en otros sitios, caso de Bélgica no se mira con malos ojos, toda vez que, se precisa, puede resultar una manera de facilitar la convivencia entre diversos credos y culturas. En Alemania, se está a la exceptiva, con un mal precedente, pues este mismo mes, una piscina nudista fue asaltada por un grupo de islamistas que originaron un gran escándalo insultando a los usuarios.

Los que más problema ven en esto del burkini, y en que su uso pueda extenderse, son aquellos países con una masiva cantidad de inmigración islámica. En España, hasta ahora las reacciones están siendo diferentes, aunque no se están poniendo pegas ni multas a las mujeres que han aparecido con burkini, que tampoco parece que haya tantas. Naturalmente, los ayuntamientos de izquierdas, los progresistas, han dado vía libre a su utilización en las piscinas públicas, pues consideran esa prenda como un traje de baño más. Toma ya. En otros sitios, sin embargo, se veta su uso basándose en razones de higiene y seguridad, lo mismo que la justificación utilizada en Francia, donde su primer ministro, Valls, alega además que las playas no pueden ser sede de reivindicaciones ni religiosas ni políticas. En todo caso parece claro que deberían respetarse las costumbres y usos de los países que acogen a los inmigrantes.