todavía tengo viva en la memoria la muerte de aquel niño refugiado, Aylan, que apareció en una playa griega mecido por las olas que le cantaban una nana mortal. Su cuerpecito inerte es de los que se fijan en el recuerdo negándose a abandonarlo. Es mejor así. Solemos tener una memoria bastante esquelética y no conviene olvidar según qué estampas, según qué imágenes producto de las guerras de hoy. Y no solo de aquellas en las que las armas hablan para matar, también de la guerra del hambre y la otra no menos dolorosa de las injusticias. Todas las guerras hacen presa en los más vulnerables: los niños.

El hambre y la enfermedad se ceban en sus cuerpecitos. Las guerras de los hombres se ceban en sus vidas. Bombas, disparos, destrucción, muerte, solo que el Ángel de la Guarda existe y a veces nos conmueve y provoca con una de esas salvaciones que nos llevan a creer que los milagros existen. El ángel de la guarda de Omran Daqneesh no se había despistado como ocurre alguna que otra vez, estaba a su lado y a buen seguro le protegió con sus alas salvíficas mientras jugaba en las inmediaciones de su casa. Estoy viendo su rostro y me estremezco. Omran tiene apenas cinco años. Es el pequeñín al que un "casco blanco" rescató de los brazos de la muerte en los escombros de un edificio destrozado por las bombas que a todas horas caen sobre Alepo.

Me conmueve la imagen. En brazos de su salvador, con el rostro manchado de sangre y cubierto de polvo, en silencio, en estado de shock, con la mirada como ausente o puede que a su corta edad, reflexionando sobre lo ocurrido, pensando en lo bestias que pueden llegar a ser los hombres. No sé a usted, pero a mí se me encoge el alma. El silencio del niño no puede ser más elocuente. Sobran las palabras. El silencio habla por él y por tantos pequeñines como él que ven caer del cielo las bombas y derrumbarse lo que un día fueron sus hogares.

Ese día en el que Omran volvió a nacer, su hermano Alí, de 10 años, no tuvo tanta suerte, murió como consecuencia de las gravísimas heridas sufridas en el bombardeo: una grave hemorragia interna y heridas en sus órganos vitales. No fue el único. Cerca de la casa de ambos hermanos fallecieron también una madre y sus hijos. La madre, con ese instinto único que tienen todas las madres, trataba de proteger a sus vástagos, su cuerpo fue un frágil escudo humano. Los autores, al parecer, pudieron ser aviones gubernamentales rusos o sirios. Nadie lo ha confirmado. Estarán muy orgullosos Putin y Bashar al-Ásad, el presidente sirio. Lo duro es reconocer que la marcha de Al Asad no garantiza la paz en Siria, no garantiza el fin de las masacres, no garantiza la vida.

Omran se ha convertido en el nuevo Aylan, en el nuevo icono de la guerra siria y sus desastrosas consecuencias. Es estremecedora la crónica diaria que da cuenta del acontecer de la guerra en Siria. Las imágenes que nos muestran periódicos y televisiones valen más que cualquier palabra de apoyo o de solidaridad que se pueda pronunciar. La de Siria se antoja ya una guerra interminable. Nadie está interesado en ponerle fin. Anteponen sus intereses a los de una población diezmada o huida del país con el estatus de refugiado de tercera.