Vuelve a surgir, como casi siempre en verano, cuando se está más dispuesto al disfrute del ocio, la controversia sobre la posibilidad de institucionalizar oficialmente los puentes festivos a base de ampliar los fines de semana a tres días, para siempre, con las mismas o menos horas de trabajo. Es un asunto recurrente, con muchos adeptos, y con una aceptación implícita por parte de la nueva sociedad, lo que puede llevar alguna vez a que el deseo se convierta en realidad, porque puestos a analizar el tema y las experiencias que en este sentido se han producido parece que son más las ventajas que los inconvenientes o bien que solo se quieran ver las primeras más que las segundas.

Desde luego que es, como tantas otras cosas, todo un caramelo que ofrecer, aunque por ahora no se les haya ocurrido a los políticos en sus programas electorales. Todo se andará, que ahí están ya esos intentos de dotar a la población de un salario de vida, que algunos partidos ya ofertan abiertamente y que en algunos países han sido objeto de referendos incluso, curiosamente rechazados por los electores que de modo pragmático saben diferenciar la utopía y la quimera de la realidad. Pero con el tema de las jornadas laborales semanales puede que no ocurriese igual, pues de lo que se trata es de hacer lo mismo que ahora solo que en menos tiempo para así poder tener más días libres.

Ya en algunos lugares se han llevado a cabo experiencias en este sentido, como en el pequeño estado mormón de Utah, en Estados Unidos, donde los 25.000 funcionarios existentes se sintieron muy satisfechos cuando se les redujo la producción semanal para disfrutar de un día más de descanso manteniendo iguales horarios y sueldos. Parece que el resultados fue muy positivo, que aumentó la productividad, que disminuyeron los costes de las horas extraordinarias, que se agilizó el ritmo del trabajo, que se incrementó notablemente la vida familiar y que incluso disminuyó la contaminación ambiental, algo por cierto que ha podido comprobarse también en las empresas privadas y no son excepcionales las que en el mundo que funcionan con este patrón laboral.

En España todo sería mucho más difícil, claro, aunque la mayoría votase a favor si se hiciese una consulta pública para no tener que trabajar los lunes, o los viernes, y ampliar el fin de semana. Pero los peculiares horarios españoles, únicos en el mundo, complicarían las cosas. Rajoy, en campaña electoral, dejó caer que habría cambios en ese sentido, pero Rajoy carece de la menor credibilidad. Eso sería lo bueno para muchos: menos trabajo y paga fija del Estado para la subsistencia. Casi como el chollo de ser parlamentario, imbatible, con tres días de trabajo a la semana, 78 días al año en total si se trata de diputados y menos aún, 49, si son senadores -el resto de los españoles 220 días, la mitad para pagar impuestos- a lo que hay que sumar 18 días de vacaciones en Semana Santa, 53 días en Navidad y 70 en verano. Más vacaciones, bastante más, que los escolares. Y todo remunerado con más de 5.000 euros al mes como mínimo. Y pagado por los contribuyentes.