Efectivamente, la vida en los pueblos, en los nuestros, no es un camino de rosas. Pero de ahí a menospreciar el medio rural va un verdadero abismo. Cierto es que los problemas no son pocos, que los servicios son cada vez más costosos y, a veces, escasos y hasta inexistentes. Y que la dispersión y el envejecimiento son características comunes. Lo sabemos. Aunque también veo a la gente más dispersa y perdida en las grandes urbes que en las pequeñas y a nuestros mayores más infelices e inseguros entre los habituales ruidos de las grandes avenidas.

¿Qué hacer? La agrupación solidaria de servicios es, sin duda, lo más coherente, aprovechando las aportaciones y lo mejor de cada núcleo poblacional en beneficio del conjunto de cada comarca o zona. Lo contrario nos conduciría, de manera indefectible, a la decepción y al absurdo.

Nuestros pueblos son ese cordón umbilical que no se debería cortar nunca. Sería como romper con nuestra propia esencia. "Un recuerdo feliz vale por toda una vida", decía Clarín, y así es. ¿Qué seríamos sin nuestros recuerdos más íntimos? Nada o, como poco, unos desmemoriados. Nuestros pueblos, por pequeños que sean, son la tierra a la que volver inexorablemente. Son la demostración evidente de que las relaciones humanas evocan más intensidad y profundidad en los pequeños espacios que en los grandes. Paradójicamente, aquí el tamaño no importa, porque realmente lo pequeño se convierte en esa necesaria levadura que engrandece lo minúsculo y donde hasta el tiempo parece extenderse sin las avilanteces urbanitas.

Envejecer es sinónimo de logro, de perdurabilidad. Nunca debería verse como una frustración. De ahí que la vida en los pueblos sea, sencillamente, eso, vida en medio del sosiego. Una seña de identidad que preservar frente a la imparable globalización y que mimar por encima de otras lógicas consideraciones. No se trata de caer en la sinrazón o en un delirio caprichoso por un mero efecto estacional, precisamente porque las debilidades son de sobra conocidas a lo largo de todo el año. Sin embargo, creo de justicia reivindicar del mismo modo esas otras fortalezas que nos aporta el extenso ámbito rural de Castilla y León, sinónimo también de convivencia, de respeto al medio ambiente y a las tradiciones y, por ende, ejemplo de la mejor transferencia de conocimiento.

Por todo ello, lejos de minusvalorar lo que tenemos como propio y, a pesar de sus muchas dificultades, conviene mostrar al menos ese legítimo orgullo de lo que nos identifica plenamente, sin ponernos de perfil y tratando de concitar las mejores soluciones e ideas para la supervivencia de nuestros pueblos, que es igual que velar por nuestra propia memoria colectiva.

Como dejó escrito el poeta argentino Juan Gelman, "no debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida. Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los colores. Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire". Toda una lección a la que apelar cuando escuchemos las numerosas tentaciones que ponen en peligro el día de mañana de nuestros pueblos, porque defender lo pequeño nos hace grandes, no al revés.