Al final, sí, ha sido una semana decisiva. Pero no definitiva. Las cartas están aún sobre la mesa y las posibilidades abiertas, a favor y en contra. Eso sí, con la gente de la calle más indignada y cabreada todavía con quienes son capaces, en su inmenso egoísmo y en su inmensa incompetencia, en llevar a los españoles a votar de nuevo otra vez -tres citas ante las urnas en un año- el día de Navidad, el 25 de diciembre. Una maniobra perversa de Rajoy -a quien Sánchez ha echado en cara su poca talla política- a través de una maquiavélica ingeniería electoral para presionar al PSOE y que se abstenga en la sesión de investidura facilitando el Gobierno del PP. Por el bien de España, claro. Como si les importara otra cosa que no fuesen sus propios intereses tanto personales, como de partido.

Pero mientras en Madrid los portavoces parlamentarios de PP y Ciudadanos firmaban un documento de acuerdo, mero papel mojado que pronto pasará al olvido, y que no hay que ser adivino para saber que no se cumplirá en su mayor y más importante parte, el líder del PSOE hacía en Ibiza unas declaraciones que mantienen la coherencia demostrada hasta ahora por Sánchez. Ni el chantaje emocional de hacer ir a votar, el que quiera, en la festividad navideña, han hecho cambiar de opinión al candidato socialista, que mantiene su negativa y rechazo absoluto a apoyar al PP ni con abstención ni con ninguna otra forma e insta a Rajoy a que busca apoyos entre los suyos, entre el resto de la derecha. El PSOE es alternativa, ha afirmado, y no solo eso, sino que ha adelantado que su partido votará en contra de los presupuestos del Estado pues saben que contiene nuevos recortes, de acuerdo con lo prometido a Bruselas y teniendo en cuenta que la deuda pública del país es la mayor de su historia.

O sea que parece que por ese lado nada hay que hacer, lo que lleva a la casi total seguridad del fracaso de la investidura de Rajoy. Solo le queda al PP la baza, compleja y difícil, de los nacionalistas, que pudiera ser efectiva si la investidura se repitiese en octubre, tras las elecciones vascas, pero no a breve plazo cuando ya tanto PNV como la antigua Convergencia del independentista Mas han reiterado su voto contrario. En cualquier caso sería abstención a cambio de algo y muy caro, que los del acuerdo en pro de la regeneración democrática, la transparencia y la lucha contra la corrupción habrían de explicar muy claramente a los españoles, pues no todo vale para mantenerse en el poder.

La apuesta del PP, por sibilina que sea, es muy arriesgada y en el pecado puede llevar la penitencia. Cuenta con el apoyo de C's, pero el resto de los grupos parlamentarios, sin excepciones, han condenado expresamente esta indigna y miserable forma de presionar, que va no solo contra el PSOE, sino contra todos los españoles, a los que se despojaría de la intimidad de una fecha tradicional y familiar. La reacción se empieza a producir y ya se baraja la posibilidad de que el Congreso pudiese modificar la ley electoral y pasar por encima del PP aprobando por mayoría la limitación de la campaña a una semana -se lleva todo un año en campaña- lo que adelantaría la cita ante las urnas al 18 de diciembre.