Zamoranos de pro ("pro" de prestigio y de procesiones) han propuesto que se construye un monumental y llamativo museo de Semana Santa encima del Parque Urbano de San Martín.

La idea, según ellos, es hacer un segundo Guggenheim (Bilbao), es decir un continente que llame la atención sobre el contenido y que incluso supere a este como reclama publicitario.

Argumentan a su favor, en un leve giro de su devoción (inconsciente sin duda), que pasa de adorar al Dios de los católicos a hacerlo ante el Dios Dinero, diciendo que tal museo sería un gran negocio para la ciudad, tan necesitada de inversiones.

La ubicación de ese parque, la extensión del mismo, más lo que imaginan construido encima, consideran que permitiría hacer un museo de las procesiones, de tal calibre y calidad, que la gente vendría a Zamora como a una especie de Edades del Hombre permanente.

Pues bien, corresponde a la autoridad competente y a toda Zamora, tomar carta en el asunto, no vayamos a estar ante la Tercera Caída de una gran decisión.

Porque veamos cuál fue la Primera Caída.

El Parque de San Martín era un magnífico, acogedor y bonito lugar, que actualmente serviría de lugar de descanso y reposo para turistas de paso y niños del entorno, si no fuera porque otros zamoranos de pro vieron en él (bajo él) el negocio del siglo, y decidieron hacer un aparcamiento subterráneo que destrozó el lugar por arriba, y se convirtió en la ruina por abajo.

Aquella lechera hizo cuentas hasta con las flamantes plazas para autobuses que iban a convertir el lugar en peregrinaje de vehículos.

Segunda Caída.

Delante del Clínico, Hospital Virgen de la Concha de Zamora, con permiso de la autoridad competente, aparcaban coches sobre la zona ajardinada de un buen "boulevard".

Dicho hecho hizo que la lechera de turno presumiera un gran negocio (y una gran servicio a la ciudad) si se construía ahí otro parking subterráneo.

Y el Ayuntamiento consintió, y salvo cuatro que advertimos que con dejar aparcar desde la entrada a la ciudad (Alto de los Curas) hasta la Gasolinera de la avenida, bastaba; se hizo un parking monstruo cuyo fracaso atribuyen los equivocados a que es caro (razonamiento que roza el Nobel). Y de "boulevard" nada.

Pues bien, ahora, la propuesta de un majestuoso Museo de Semana Santa sobre lo que queda de San Martín, pudiera ser la Tercera Caída en suposiciones que se cargan lugares públicos de la ciudad para nada.

Por eso, no se debe permitir que un parque que con dinero se puede rescatar en parte (nunca será como fue), se destroce en pro de un presunto negocio para todos (los ateos también nos pondríamos las botas con el dinero que dejaran los visitantes).

Porque además, nos cargaríamos todo el entorno (el templo de la Magdalena no volvería a ser el mismo sin la luz de la tarde y del atardecer por su espalda; ni la calle, despejada al infinito de Valorio; ni el desahogo de inmuebles del lugar). Una mole apelmazaría todo.

Ahora bien, entra dentro de lo democrático, que quienes defiendan la idea, pidan un proyecto, hagan una maqueta de todo aquel lugar, y tras un debate ciudadano o una renuncia propia se ponga en marcha un referéndum sobre la cuestión.

Por otra parte, zamoranos más documentados proponen alternativas al Museo de Semana Santa que no nos obligarían a prescindir de su faceta como Becerro de Oro.

Todo menos repetir la historia de tirar las puertas de la muralla por la entrada a San Torcuato, para que la ciudad se ventilara mejor, como así se hizo y consta en el acta del Ayuntamiento correspondiente.