Y llegó a creerse que lo de las pintadas era cosa fácil de resolver: solo borrarlas y asunto concluido. Estaba convencido de que la labor del ayuntamiento en pos del aseado de las paredes de la ciudad era más que suficiente. Supuso que los vándalos, por tratarse de una acción municipal, iban a respetar los trabajos de limpieza y puesta a punto, y que, por tanto, los edificios "engurruminados" de letras y pintadas recobrarían su antiguo lustre, sin reparar en que solo era una quimera con solución improbable.

Y olvidó que sus antecesores en la cosa de dirigir el Ayuntamiento, Vázquez y Valdeón, prometieron acabar con esa lacra, cuando la realidad fue que, en los muchos años que gobernaron la Casa de las Panaderas, no movieron un dedo. Y que las protestas ciudadanas tanto en los medios de comunicación como en los escritos al alcalde y/o a la alcaldesa anteriores, ni siquiera fueron considerados. Y así fueron pasando los años, desde aquel 2001, en que se dejó la ciudad limpia como la patena, para acoger Las Edades del Hombre, sin que alcalde y alcaldesa hicieran el mínimo esfuerzo para que la ciudad continuara luciendo, y la suciedad se hizo dueña de Zamora.

Siempre ha sido un misterio el porqué de no acabar con esta moderna lacra de las pintadas en edificios públicos y privados. Un misterio que debería investigar la mismísima Agatha Christie, porque si la policía, en España, es capaz de encontrar a los amigos de lo ajeno, detener a peligrosos terroristas, deshacer redes de tráfico de drogas o de trata de blancas, no puede uno explicarse cómo no va a ser posible "cazar" in fraganti a los descerebrados jóvenes que se dedican a ensuciar las ciudades, por el simple placer de hacerlo; solo se entendería si a quienes tienen la responsabilidad de dar la orden les da pereza hacerlo, o no les interesa conocer la identidad de los jovenzuelos en cuestión.

Con respecto a la reacción del alcalde Guarido, no se entiende muy bien ese enfado porque los vándalos se hayan fumado un puro con su operación "limpieza" de fachadas, como si hasta ahora no hubiera tenido motivos suficientes para hacerlo. ¿O es que el esfuerzo realizado, hasta ahora, por particulares y comunidades de vecinos en aras a adecentar sus edificios no merecía haber sido protegido de gamberros e incívicos?

Dice el alcalde estar frustrado por no respetarse el repintado de fachadas, algo que el conjunto de los ciudadanos sufre desde hace años. Para evitarlo, a partir de ahora pondrá una vigilancia especial. ¿Podría querer decir que hasta ahora no ha existido ningún tipo de vigilancia, fuera esta normal, especial o mediopensionista? Ojalá le dure a Guarido este afán de medidas que ahora pone en juego. Ojalá siga aplicándolas ahora y dentro de unos días, semanas o meses, porque detener y multar a una docena de gamberros puede resultar tarea fácil, pero bajar la guardia sería darles nuevo pábulo y dar el partido por perdido. Ese repentino cabreo que le ha entrado al alcalde podría haber sido por reaccionar de manera ingenua, pensando que ese tipo de individuos eran fáciles de convencer con solo hacerles llegar el eco de las palabras del primer edil o del segundo, o del tercero. Pero esos ciudadanos, como la mayoría, solo dejan de hacer lo que no deben cuando se toman medidas proporcionales y de signo contrario a sus provocaciones. Véase cómo se ha actuado sobre los conductores que sobrepasaban la velocidad máxima, o infringían las señales de tráfico: simplemente imponiendo multas y retirándoles el carné de conducir. Merced a tales medidas lo de circular con mayor prudencia, más o menos, está conseguido, a la vez que ha disminuido el número de accidentes en nuestras carreteras. Y es que las medidas de tipo coercitivo, y en especial las que afectan al bolsillo, las entendemos todos, sin que quepa que alguien pueda hacer demagogia calificándolas de humillaciones o acatamientos impuestos. Y cuando esas medidas llevan unos cuantos años en vigor, las encontramos tan naturales como el rascarnos la espalda cuando nos pica ese viejo jersey de lana. Es más, no llegamos a entender cómo pudo existir un tiempo en el que primara saltarse leyes o normas a gusto del consumidor.

De ahí que la sorpresa que, al parecer, ha tenido Guarido hace pensar que prefiera ser conocido como un alcalde ingenuo. Porque a cualquiera se le puede caer el cazo de los dedos y estrellarse contra el fondo de la sopera, pero su repetición se evita fácilmente cambiando de cazo.

Pues eso, que si el alcalde cree de verdad que se pueden combatir acciones delictivas leyéndole a los infractores unos cuantos versos de Bécquer o dándoles dulces besos en el pico, va a seguir llevándose muchos cabreos.