Sí, escribo estas líneas con indignación y rabia incontenida. Siempre me he rebelado cuando se me ha dicho resignadamente: "los zamoranos tenemos lo que nos merecemos". No sé los demás, pero yo lucho en la medida de mis posibilidades para que a Zamora le vaya mejor en todos los órdenes y sentidos. Me temo que el cien por cien de la población no esté por la misma labor. O resignados o pasotas. Y así nos va. Hoy quiero romper una lanza por el comercio de Zamora, por nuestros empresarios de ayer y de hoy, por los que se dejaron la piel, por los que siguen luchando y por los que se ven obligados a abandonar en medio de la apatía, por no decir la desidia, del público.

Me encuentro con una amiga muy querida, a la que admiro profundamente. Una gran empresaria, una emprendedora a la que no asustan ni las crisis ni las recesiones ni nada que se le parezca. Ella ha sido y es innovadora, luchadora, cargada de iniciativas y muy capaz. Tiene una serie de establecimientos en la capital. No voy a desvelar el nombre porque lo que aquí escribo no es con ánimo de hacer publicidad, sino de hacer justicia, de reivindicar coherencia y responsabilidad a los compradores de esta tierra. Charlamos durante un rato y me dice de sopetón que en breve cerrará una de sus tiendas.

Cuando oigo que algo se cierra en Zamora me echo a temblar. A este paso se echará el candado a la ciudad. Tiempo al tiempo. Me dice mi amiga que las cosas en el ámbito de la tienda a la que va a echar el cerrojo no son como eran, que la crisis ha hecho mella pero que, bueno, que podría seguir adelante, nunca pensando en hacerse rica, ya lo es, si el público respondiera. Conociendo la calidez de su trato y la calidad de aquello que vende, me muestro extrañada. Me comenta mi amiga, con un pelín de indignación, "lo que yo vendo aquí, la gente prefiere ir a comprarlo a Salamanca o Valladolid. Lo mismo, de las mismas firmas, con el mismo nombre y, eso sí, allí un precio superior al que yo tengo aquí".

Me descompongo y me desespero. Esa es la gente que ha hundido el comercio de Zamora. La que dice defender a la ciudad y a sus habitantes pero no duda en ir a gastarse el dinero a otra provincia con habitantes más coherentes y agradecidos que los nuestros. Esa es la gente que no tiene perdón y que se desenmascara al segundo. Si hiciéramos lo mismo con las peluquerías, los bufetes de abogados, los arquitectos, los hoteles, los bares y cafeterías, los restaurantes, las carnicerías, las fruterías, los quioscos y demás, lo que antes le decía, tendríamos que echar el cerrojo a esta ciudad. Encima, hay que soportar a los que, dedicándose a comprar fuera, protestan todo el santo día diciendo: "Es que en Zamora no hay nada". ¡Venga ya!

En Zamora hay o había de todo. Acostumbro a ir de tiendas o como poco de escaparates con las invitadas al Foro del periódico. Desde Carmen Gurruchaga que se llevó no sé cuántos pares de zapatos, a Nieves Herrero que se compró un vestido y unos maquillajes, todas me hablan del "maravilloso comercio de Zamora". Todas, menos quienes en realidad tienen que sustentarlo, es decir, los y las propias compradoras de Zamora. No me diga usted que no es para afrontar esta dura realidad con indignación.