Aunque no se sabe muy bien para qué, el Centro de Investigaciones Sociológicas del Gobierno sigue haciendo encuestas sobre las preferencias de voto de los españoles. Tras el monumental gatillazo que perpetraron todos los augures en sus pronósticos para el 26 de junio, la veracidad de estas predicciones ha dejado de estar tan sobrevalorada. Será por eso que, curándose en salud, el último barómetro de esa institución no arriesga profecías novedosas en sentido alguno. Sus autores se limitan a decir que el PSOE subirá un puntito y los demás bajarán cinco décimas, o por ahí. El balance quedaría más o menos como está: cosa lógica si se tiene en cuenta que los votantes no suelen cambiar radicalmente de opinión en apenas un mes.

Estas son, por tanto, encuestas ociosas en el doble sentido de la palabra. Corresponden a tiempos de ocio como los de la vacación estival; pero también son trabajos innecesarios en la medida que ya ninguna encuesta prefigura ni condiciona el resultado final.

Del mismo modo que pocos hombres del tiempo se atreven a garantizar sus predicciones a más de tres días vista, tampoco los encuestadores y analistas de datos están en condiciones de vaticinar lo que votarán los ciudadanos de aquí a tres meses. De hecho, no consiguieron averiguarlo siquiera el mismo día de las elecciones del pasado junio, cuando los sondeos a pie de urna fallaron.

Hay excepciones, pero son pocas. En lo tocante al negociado de los meteoros, podría citarse el caso de Santiago Pemán, legendario emperador de los anticiclones que no solo era capaz de prever el tiempo de todo un verano, sino de excitar también la llegada de la lluvia cuando las largas sequías lo aconsejaban. O eso cuenta al menos la leyenda.

En el de la política, es famoso el pronóstico que hizo el actual presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, para las elecciones de marzo de 2009. Vaticinó el entonces líder de la oposición que iba a triunfar con una mayoría de 39 escaños que ninguna encuesta le auguraba; y tan ajustada fue su predicción que, además de acertar los suyos, clavó también los resultados de sus dos adversarios.

Fuera de estas excepciones, los augurios de las encuestas aciertan algunas veces y se equivocan otras tantas. Lo mismo ocurría, después de todo, con los arúspices griegos y romanos que decían adivinar en el hígado de las aves cual iba a ser la marcha de los acontecimientos futuros. Salvo el augur que previno a César de que se guardase de los idus de marzo, los restantes predecesores de Rappel, Sandro Rey y la Bruja Lola fallaban en sus predicciones más o menos lo mismo que los científicos sondeos de ahora.

Quizás ocurra en el caso de España que la opinión pública es tan voluble como el clima: y así no hay manera de que el barómetro del CIS -o cualquier otro- le tome la presión electoral a los votantes. Que además mienten como bellacos al encuestador.