La brisa del mar acaricia mis mejillas mientras veo hundirse en el horizonte el apagado globo rojo que antes me cegaba. Mañana el astro sol saldrá por levante y calentará la tierra verdescente, cargada de rocío y morriña, para al atardecer desaparecer de nuevo bajo el mar en una eterna epifanía de paciencia y templanza.

En medio de la adversidad y la confusión, Rajoy está dando muestras sobradas del carácter de su tierra natal. Con paciencia y templanza, ha encajado impasible la cerrazón y el desprecio de sus adversarios, a la espera de que el tiempo les haga recapacitar. El martes pasado volvía a reunirse con Sánchez, esta vez con apretón de manos y sonrisa de fotomatón, para recibir tras 55 minutos de charla su reiterada negativa. No es fácil imaginar a Sánchez tratando de explicarle, durante 55 minutos, al encargado por el rey para formar Gobierno, el sentido de una epanadiplosis con carácter de mantra: No es no. Tres palabras y dos negaciones para el desistimiento. Tres palabras que resumen todo un pensamiento político, tan alejado, por otra parte, de su referente económico. "Si las circunstancias cambian, yo cambio", decía Keynes.

Pero Sánchez no es el único que mantiene impertérrito su primigenia posición, a pesar de argumentos y admoniciones en contra. Como si las circunstancias o el paso del tiempo apenas contara. Como si el interés del país, que es el de sus votantes, tampoco. Del mismo modo, Iglesias, Homs, Tardá y Esteban repiten la monocorde negativa con la intención de que se les entienda que quieren un paso de página, una nueva España, una España distinta, o incluso una No España, que satisfaga sus sueños y anhelos, a pesar de que la sociedad no les acompañe.

Siguiendo los pasos de Condorcet, en 1950, el que más tarde sería Premio Nobel de Economía, Kenneth Arrow, enunció su Teorema de imposibilidad. La llamada Paradoja de Arrow establecía que no es posible diseñar un sistema de votación que permita integrar las preferencias individuales en la preferencia global de la sociedad, cuando existen tres o más opciones. Nuestros políticos lo saben, por lo que a cambio de no verse atrapados por ella, decaen en otra paradoja más paralizante y cenagosa si cabe: la Paradoja de la Contradicción.

Rajoy quiere un pacto de mínimos para toda la Legislatura que asegure la recuperación y el crecimiento, pero no es capaz de encontrar al oponente que acepte acompañarlo en tan duro trámite si antes no pone coto a la corrupción. Sánchez quiere un Gobierno progresista que disminuya las desigualdades e integre la diversidad con una reforma territorial, pero no consigue sumar los votos que pudieran entregárselo. Iglesias quiere cruzar el río sobre las espaldas de Sánchez para construir en la otra orilla el país de su gente, pero este no quiere llevarlo porque conoce la fábula de la rana y el escorpión y teme morir en el intento. Y Rivera anhela la regeneración y otro estilo de hacer política, pero para lograrlo tendría que apoyar a quien ha vetado y acusado por activa o pasiva de ser el puntal de la corrupción.

La Paradoja de Arrow encuentra su solución en la mínima restricion de la libertad individual que garantice el Contrato Social; la de la Contradicción, en la liberación de apriorismos y dogmas.