La vida cotidiana y el ajetreo diario suelen verse y valorarse mucho mejor desde la distancia. El verano y, sobre todo, las vacaciones, cuando se pueden disfrutar fuera de casa, son momentos únicos no solo para el jolgorio y la diversión desenfrenados, sino también para reflexionar sobre el día a día del resto del año. Es lo que suelo hacer en estos momentos, a 400 kilómetros de distancia de Zamora, en la localidad de Cambados, uno de los espacios más emblemáticos de las Rías Baixas, que estos días está celebrando la célebre y concurrida "Festa do Albariño". Dicen las crónicas periodísticas que durante estos días la ciudad gallega, que durante el resto del año apenas sobrepasa los 14.000 habitantes, recibe a más de 250.000 turistas. Y no me extraña, porque en las calles ya no caben más almas. La cifra me recuerda a la que suele barajarse en la capital zamorana cuando se hace balance de la afluencia de visitantes durante la Semana Santa.

Pero que hoy escriba sobre Cambados tiene una motivación personal que no puedo pasar por alto: me encuentro en uno de los lugares que más añoro. Aquí pasé algunos de los mejores momentos de mi vida, cuando mis padres me mandaron a estudiar los tres últimos años de la EGB al colegio de los salesianos. Por infinidad de razones que no vienen al caso, aquellos años dejaron una huella tan importante en este escribiente que siempre que tengo la ocasión regreso a estos lares para recordar y revivir algunos de los retazos de mi bibliografía personal que se forjaron en estas tierras del corazón del albariño. Por eso Cambados es una de mis patrias chicas, tal vez la más significativa por tantas cosas, como, por otros motivos, pueden serlo también Zamora y un sinfín de lugares donde he vivido, amado y sufrido. Y por eso las patrias que algunos reivindicamos no tienen que ver con el lugar de nacimiento, como reclaman muchos, sino con los espacios, los territorios o las culturas que uno ha transitado y vivido.

Y además, la fiesta del Albariño y toda la parafernalia mediática que la rodea es un momento único para comparar lo que aquí se hace con un recurso único, el albariño, y lo que acontece en Zamora, una provincia con unos recursos vitivinícolas impresionantes que no voy a descubrir porque han tenido un despunte extraordinario durante los últimos años. No obstante, cuando paseo por las calles de Cambados y asisto a las catas, los certámenes y a otras citas relacionadas con la fiesta, no puedo por menos que pensar en lo que podría hacerse en nuestra tierra con los abundantes recursos naturales, paisajísticos, agrícolas y ganaderos, gastronómicos, etc., que atesora. No se trata de copiar y de trasladar al pie de la letra lo que otros hacen. Pero sí de aprender y, llegado el caso, de inventar nuevas fórmulas que permitan darnos a conocer mucho más y convertirnos en una provincia de referencia en recursos y valores naturales que, cada vez más, serán claves para la calidad de vida y el bienestar de las personas.