H an sido siempre las reválidas el gran coco de los alumnos, sobre todo de aquellos menos dotados o preparados, que se veían obligatoriamente forzados a estas pruebas generalmente memorísticas sobre materias que ya habían aprobado, o no, en su momento. Se las llamó examen de grado, preuniversitario, selectividad, y siempre desde mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, con la reválida de cuarto curso por medio, que se encargaba de hacer una selección que se convertía en una degollina injusta en muchos casos. Así ha ido pasando el tiempo, y si la enseñanza en España ha sido mala siempre, rutinaria, sin creatividad y excesivamente alargada, con la llegada de la democracia y los partidos políticos pronto se convirtió en un recurso doctrinario que en el bipartidismo sufrido se traducía en cambios constantes de los planes de educación, según gobernase PSOE o PP, y sin contar para nada con profesores, padres ni estudiantes. Algunas cosas buenas se han logrado, diversos aspectos se han mejorado y modernizado, pero el cómputo global obtenido sigue siendo bajo.

Y más que lo puede ser, porque los políticos ya se sabe que son capaces de hundir lo que les echen, de empeorar todo lo que es susceptible de que así sea. Así es respecto a la mayoría de estos políticos que padecemos en España, del signo que sean, porque su mediocridad y su falta de talento les uniforma. El PP llegó al Gobierno con Rajoy al frente, y lo primero que hizo no fue abolir algunas de las disparatadas leyes de su antecesor, el fracasado Zapatero, sino aplicarse a cambiar la ley de educación, claro. Un tal Wert y un tal Méndez de Vigo, o algo así, ministros de la cosa, se encargaron de alumbrar la Lomce, y estos lumbreras o sus asesores idearon más reválidas: una para Primaria, otra para la ESO, y otra para el Bachillerato. ¿No quieres caldo? Pues toma tres trazas. Ello, ante el rechazo general de todo el ámbito educativo del país y de varias comunidades. Y encima, aprobándolo por decreto con un Gobierno en funciones que se refugia en eso: en estar en funciones, para no acudir al Congreso.

Más carga, presión y estrés para los alumnos, hasta para lo más pequeños, aunque la reválida de Primaria no tenga efectos en cuanto a la continuación del proceso de enseñanza. Pero lo de la ESO es muy grave, inadmisible, y atenta contra toda libertad, porque los que no pasen esta prueba se verán obligados a optar por la Formación Profesional Básica, o renunciar a continuar sus estudios. Ya está recurrida la norma ante competencias superiores, y habrá que ver en que queda el asunto, pero el curso que viene los chicos y chicas de 15 años habrán de enfrentarse ya a esta prueba como si lo hicieran a vida o muerte, previéndose por las estadísticas que un 30 por ciento de algunos de ellos puedan verse apartados del circuito estudiantil o irse a la FP como único recurso para tratar de continuar.

Este Gobierno, como siempre, servil con los poderosos, y duro y desalmado con los más débiles, ya sea a la hora de los recortes sociales o a la hora de poner filtros para las exclusiones. ¿Qué es lo que se pretende? A los jóvenes no les quedará más remedio que seguir emigrando.